La Opacidad como Nueva Política de Estado
En un giro que desafía los fundamentos de la gobernanza moderna, la Secretaría de Hacienda y Petróleos Mexicanos han convertido la opacidad en una estrategia institucional. La decisión de ocultar los detalles de una inversión monumental de 780 mil millones de pesos para 2026 no es un simple acto administrativo: es un experimento radical en la redefinición de la transparencia.
Imaginemos por un momento que esta no es una negligencia burocrática, sino una disruptiva metodología de gestión. ¿Qué pasaría si, en lugar de seguir los obsoletos modelos de rendición de cuentas del siglo XX, estamos presenciando el nacimiento de un nuevo paradigma donde los resultados se miden por impactos concretos y no por documentos públicos?
La desaparición de las 39 páginas de Programas y Proyectos de Inversión podría interpretarse como una audaz declaración contra la ilusión de transparencia que caracterizó a gobiernos anteriores. Mientras las administraciones pasadas publicaban extensos documentos que pocos leían y menos entendían, esta administración parece estar diciendo: “Juzguen por los resultados, no por los papeles”.
Sin embargo, la genialidad disruptiva de este approach choca frontalmente con la realidad de las colocaciones de deuda internacional que actualmente realiza Pemex. Los mercados globales operan sobre pilares de información verificable, no sobre promesas de eficiencia futura. Aquí es donde la teoría innovadora encuentra su prueba de fuego práctica.
El experto Gonzalo Monroy acierta al señalar la magnitud del cambio, pero quizás no visualiza el potencial transformador: ¿y si esta opacidad calculada es el precursor de un modelo completamente nuevo de empresa estatal? Una donde la agilidad operativa prevalece sobre la pesada carga burocrática de la rendición de cuentas tradicional.
El verdadero desafío innovador no está en ocultar información, sino en reinventar completamente los mecanismos de transparencia para el siglo XXI. Mientras el gobierno insiste en principios de eficiencia y eficacia, la pregunta revolucionaria sería: ¿cómo creamos un sistema de rendición de cuentas que sea tan ágil y moderno como las operaciones que pretende supervisar?
La paradoja es profunda: se promete transformar la vida de las personas mientras se eliminan las herramientas para verificar cómo se logrará esta transformación. Esta contradicción podría ser el caldo de cultivo para la próxima gran innovación en gestión pública o el preludio de un colapso institucional. El tiempo, y los resultados concretos, tendrán la última palabra.