Profepa rescata mil litros de hidrocarburo en Bahía Magdalena sin daños aparentes

En un acto heroico digno de una epopeya burocrática, la Profepa y la Semar lograron lo imposible: extraer dos contenedores de hidrocarburo que, milagrosamente, no habían convertido la Bahía Magdalena en un acuario de petróleo. Todo comenzó cuando alguien, en un arranque de negligencia poética, dejó caer los depósitos desde una embarcación que transportaba diésel, como si fuera un tributo moderno a Poseidón.

Las autoridades, movilizadas con la urgencia característica de un trámite gubernamental, llegaron al lugar un día después del hallazgo. Para su sorpresa, no encontraron peces intoxicados ni aves convertidas en antorchas flotantes. “No hay afectaciones evidentes”, declararon, como si la naturaleza les debiera un agradecimiento por no haberla destruido del todo.

Los contenedores, recuperados con la precisión de un rescate de alto riesgo, fueron llevados a una “zona segura”, término técnico que significa “donde no nos culpen si algo sale mal”. La Profepa, en un alarde de previsión, prometió “vigilar” el área, especialmente durante mareas altas, porque, como todos sabemos, la contaminación solo actúa en horario de oficina.

Mientras tanto, las instituciones competentes se comprometieron a “revisar las condiciones de seguridad” de las embarcaciones que transportan combustible en zonas protegidas, una medida tan innovadora como sugerir que los cuchillos no deberían guardarse en la cuna de un bebé. “Valoraremos solicitar un informe técnico”, añadieron, porque nada soluciona un desastre ecológico como un buen papeleo.

En resumen: el sistema funcionó… esta vez. Pero en un mundo donde los derrames son tratados como inevitables y la prevención como un gasto opcional, quizás el verdadero milagro es que el daño no fuera mayor. Hasta la próxima, naturaleza. Reza para que tu próxima crisis coincida con el presupuesto anual.