Restos fetales en la calle revelan la hipocresía de un sistema colapsado

En un acto que resume la épica tragicómica de nuestro tiempo, los restos de un feto de cuatro meses aparecieron decorando las banquetas de Toluca, como si fueran un instalación artística sobre la descomposición social. La escena, digna de un realismo mágico perverso, ocurrió en la calle Felipe Villanueva, donde los transeúntes confundieron inicialmente el hallazgo con otro escombro más de la vía pública.

Las autoridades, siempre puntuales para el teatro burocrático, acordonaron el área con la eficacia de quien pone una curita en una hemorragia arterial. Mientras, la Fiscalía del Estado de México —esa entelequia que investiga crímenes a velocidad de trámite notarial— fue notificada para iniciar el ritual de “diligencias correspondientes”, código oficial para archivar el caso entre estadísticas anónimas.

Según testigos (que ahora son expertos en ginecología forense), dos jóvenes ejecutaron el abandono con la precisión de quien huye de una escena del crimen. ¿Motivo? Sobra adivinar en un país donde la educación sexual es un tabú y el aborto seguro un privilegio de clase. Las sospechosas escaparon rumbo a la carretera Toluca-Atlacomulco, metáfora perfecta de cómo este problema siempre se externaliza a las periferias.

El Director de Seguridad, Jorge Alberto Ayón Monsalve —cuyo nombre parece extraído de un manual de personajes de telenovela institucional— prometió “colaboración plena”, ese eufemismo que precede al olvido mediático. Mientras, las “investigaciones en curso” avanzan con la urgencia de un reloj de arena en gravedad cero.

Este suceso no es un caso aislado, sino el síntoma de una sociedad que criminaliza a las mujeres por decidir, pero abandona a su suerte a quienes no pueden pagar clínicas discretas. Bienvenidos al México donde la vida se defiende hasta que nace… o hasta que termina en una acera.