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Rosario Castellanos, la poeta que cocinaba mal pero quemaba el machismo

Un tributo íntimo revela las contradicciones y el legado incómodo de una pionera que escribió con fuego.

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Rosario Castellanos, la poeta que cocinaba mal pero quemaba el machismo

El hijo de la escritora posa sonriente junto a las panelistas, en un acto que hubiera horrorizado a quien escribió: “Nunca me perdonaron que no sirviera el café”.

Ciudad de México.- En el altar burocrático de Bellas Artes, donde el establishment cultural venera a sus muertos incómodos, una corte de letradas celebraba el centenario de Rosario Castellanos con el mismo entusiasmo con que se aplaude un incendio… cuando ya se apagó. Elena Poniatowska, cronista profesional de dolores ajenos, recordó entre risas que la autora de Balún Canán “quemaba los frijoles”, como si ese detalle doméstico compensara el hecho de haber incendiado el canon literario machista.

La secretaria de Cultura, en un arrebato de lucidez institucional, la llamó “precursora intelectual del feminismo”, olvidando mencionar que en México las precursoras suelen recibir homenajes póstumos y sueldos miserables en vida. Mientras, Leticia Bonifaz —abogada que conoce bien las grietas del sistema— destacó cómo Castellanos usaba palabras “precisas, concretas y diáfanas”, cualidad que hoy haría imposible su contratación en cualquier medio de comunicación.

El colmo llegó cuando Sara Uribe, poeta con versos tatuados y deudas estudiantiles, confesó que leer a Castellanos “cambia la vida”. ¡Vaya descubrimiento! Como si no supiéramos que en este país la literatura es lo más cercano a la terapia de shock… cuando no puedes pagar un psicoanalista.

Entre tanto, el hijo de la escritora —heredero de sus genes pero no de su marginalidad— posaba sonriente para la foto oficial. Ironías del destino: la mujer que cuestionó la maternidad obligatoria ahora es mamá… de un legado que el Estado mexicano celebra mientras ignora a las miles de Rosarios anónimas que siguen escribiendo con rabia en cocinas minúsculas.

“Me muevo entre las cosas feliz y alucinada”, rezaba el verso tatuado en la piel de Uribe. Alucinada, sí. Feliz… eso habría que preguntárselo a las escritoras que hoy siguen luchando por espacios que Castellanos abrió a machetazos literarios.

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