En un acto de diplomacia celestial, la presidenta Claudia Sheinbaum se apresuró a felicitar al flamante Papa León XIV, un hombre cuyo nombre —Robert Francis Prevost Martínez— suena más a protagonista de telenovela vaticana que a sucesor de Pedro. “Felicitamos a su santidad”, declaró con solemnidad, como si el Colegio Cardenalicio hubiera elegido al próximo ganador de MasterChef en lugar de al líder de mil millones de almas.
“Ratifico nuestra convergencia humanista a favor de la paz y la prosperidad del mundo”, tuiteó la mandataria, en lo que parecía un guiño a su próxima campaña para ganar el Nobel de Buenas Intenciones.
Mientras tanto, Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación, no quiso quedarse atrás en el concurso de adulaciones eclesiásticas: “Nos genera esperanza su mensaje de paz”, afirmó, omitiendo mencionar si ese mensaje incluye resolver los escándalos de abusos o la opulencia en la Santa Sede. Por su parte, Rubén Rocha, gobernador de Sinaloa, extendió sus felicitaciones “a las y los católicos”, demostrando que hasta en lo religioso la corrección política es obligatoria.
Queda claro que, en el circo político-religioso, todos quieren un asiento en primera fila. ¿Será que estos elogios garantizan indulgencias plenarias… o simplemente votos?