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Sheinbaum celebra el legado mexica mientras promete borrar el racismo

La mandataria federal reivindica el legado indígena mientras promete combatir la discriminación histórica.

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En un despliegue de retórica tan épica como predecible, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo conmemoró los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán con un discurso que mezcló nostalgia histórica, autocrítica selectiva y una dosis generosa de propaganda gubernamental. Entre aplausos y selfies, la mandataria federal declaró que México no nació con la llegada de los españoles, como si acabara de descubrir el hilo negro de la historiografía.

Con la solemnidad de quien repite un guión mil veces ensayado, Sheinbaum describió a Tenochtitlán como un paraíso de sabiduría y equidad, omitiendo delicadamente detalles incómodos como los sacrificios humanos o el imperialismo mexica. “Era belleza en movimiento“, proclamó, mientras el águila devorando una serpiente en el escenario parecía mirarla con escepticismo.

La crítica al colonialismo fue tan feroz como conveniente: “Los españoles no comprendieron, solo aplastaron“, dijo, sin mencionar que su propio gobierno sigue vendiendo el país al mejor postor extranjero. Eso sí, prometió “curar las heridas” de la discriminación, aunque los presupuestos para comunidades indígenas sigan siendo más decorativos que efectivos.

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El momento cumbre llegó cuando, rodeada de su séquito político —incluyendo a su esposo y a la siempre entusiasta Clara Brugada—, Sheinbaum declaró que la Cuarta Transformación es la primera en poner “en el centro a los pueblos originarios“. Curioso, viniendo de un partido que lleva décadas usando su imagen como bandera electoral sin resolver problemas básicos como el acceso al agua o la tenencia de la tierra.

La cereza del pastel fue su llamado a “erradicar el racismo“, pronunciado frente a un auditorio donde el 90% de los invitados lucían trajes de diseñador y apellidos europeos. “Es una necesidad“, sentenció, mientras afuera del Zócalo, vendedores ambulantes indígenas eran desplazados por la policía.

Brugada, en un arrebato de lirismo revolucionario, calificó el evento como “un día glorioso“. Y quizá lo fue: después de todo, pocas veces se ve tanta pompa para celebrar un pasado idealizado mientras se ignora el presente precario de quienes dicen representar.

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