Una visión disruptiva sobre la equidad: Más allá de las leyes de cuotas
En un movimiento que desafía la ortodoxia política convencional, la Presidenta Claudia Sheinbaum ha puesto en tela de juicio la denominada “Ley Esposa”. Pero, ¿estamos ante una simple postura legal o frente a un cuestionamiento profundo a cómo construimos una auténtica equidad? En lugar de aceptar soluciones lineales—como la alternancia obligatoria hombre-mujer en las gubernaturas—, Sheinbaum propone una reflexión más audaz: confiar en los mecanismos de paridad de género ya establecidos y evaluar su efectividad real.
Al afirmar que no son necesarias estas normativas, la mandataria no está rechazando la meta, sino desafiando el método. Es un llamado a pensar lateralmente: ¿La verdadera revolución de género en la política se logra con más leyes prescriptivas, o mediante el fortalecimiento de un ecosistema que permita el florecimiento natural del liderazgo femenino? Su postura sugiere que la imposición rígida puede generar efectos contraproducentes, como controversias jurídicas o la percepción de exclusión, entorpeciendo la libre competencia política.
Sheinbaum destacó el acuerdo del Instituto Nacional Electoral (INE), que obliga a los partidos a postular una mitad de candidaturas para mujeres y otra para hombres, como el pilar fundamental. Este mecanismo, a su juicio, ya cumple el objetivo. La pregunta provocativa que subyace es: ¿Necesitamos innovar en la regulación o, en cambio, innovar en la cultura interna de los partidos y en el apoyo a las candidatas? Las actuales gobernadoras, cuyo desempeño ella elogia, son presentadas como la prueba viviente de que el sistema puede funcionar.
Este debate trasciende lo jurídico para adentrarse en la filosofía del cambio social. Imaginen un tablero de ajedrez donde, por regla, las reinas y los reyes deben alternarse forzosamente. ¿Lograríamos una partida más estratégica y poderosa, o simplemente limitaríamos los movimientos naturales de cada pieza? La “Ley Esposa” podría ser un atajo bienintencionado, pero la visión de Sheinbaum apunta a una transformación más orgánica y estructural, donde la paridad no sea un mandato de último momento, sino el principio rector de una democracia madura.
El camino no es prohibir la iniciativa, sino someterla a un escrutinio constitucional y, sobre todo, a un examen de su verdadera eficacia disruptiva. La auténtica innovación en la participación política femenina quizás no esté en decretar turnos, sino en derribar las barreras invisibles que persisten mucho después de que se aprueba una ley. El futuro de la equidad exige soluciones creativas que empoderen sin forzar, que incluyan sin segregar, y que transformen el panorama político desde sus cimientos, no solo desde su reglamento.














