Sheinbaum defiende el derecho internacional frente a ataques de EU
En un sublime ejercicio de cortesía diplomática que habría enorgullecido al mismísimo Jonathan Swift, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo se vio en la necesidad de recordar a nuestros vecinos del norte que existen estas curiosas invenciones llamadas leyes internacionales, esos incómodos pergaminos que algunos consideran meras sugerencias cuando la geopolítica aprieta.
El sublime arte de la guerra contra las lanchas
Ante la pregunta impertinente de si acaso el gobierno estadounidense podría disparar primero y preguntar después en aguas que técnicamente son de todos y de nadie, la jefa del Ejecutivo federal esbozó una sonrisa condescendiente, como quien explica a un niño por qué no debe jugar con fuego dentro de una biblioteca.
“Obviamente no estamos de acuerdo. Hay leyes internacionales de cómo tiene que operarse frente a un presunto transporte de droga de manera ilegal o de armas en aguas internacionales y así lo hemos manifestado al gobierno de Estados Unidos y públicamente”.
Mientras tanto, en el otro lado de esta farsa tragicómica, el secretario de Guerra —sí, todavía le llaman así, como en los mejores tiempos del Viejo Oeste— Pete Hegseth, anunciaba con orgullo marcial otros dos ataques contra presuntas narcolanchas cerca de Colombia. Cinco muertos que se suman al cómputo global de esta guerra contra las drogas que curiosamente nunca parece tener fin, pero sí muchos beneficiarios.
La doctrina del garrote grande
El presidente Donald Trump, en un arrebato de transparencia condicional, declaró que está listo para llevar sus operaciones a tierra firme, y que si lo hace —qué magnánimo— notificará al Congreso, porque al fin y al cabo se trata de un problema de seguridad nacional.
La justificación, como suele ocurrir en estos teatros de lo absurdo, fue numérica: “Mataron a 300 mil personas el año pasado por las drogas que entran“, afirmó, en lo que parece ser la nueva matemática de la geopolítica: cada muerte justifica más muertes, en un ciclo infinito tan lucrativo como sangriento.
Y remató con la elegancia sutil que lo caracteriza: “Les golpearemos muy duro cuando vengan por tierra, no lo han experimentado aún“. Una advertencia que, sin duda, habrá hecho suspirar de nostalgia a los amantes del siglo XIX y sus doctrinas de destino manifiesto.
Mientras tanto, en el Pacífico, las lanchas fantasma siguen su rumbo, las aguas internacionales se tiñen de ambiguo jurídico, y los cadáveres flotantes testimonian la eficacia de una guerra que parece diseñada para perpetuarse a sí misma, mientras los gobernantes discuten sobre el color del papel en el que deben escribirse los permisos para violar la soberanía.




















