En el marco de la conmemoración del bicentenario de la consolidación de la Independencia de México, la presidenta Claudia Sheinbaum pronunció un discurso de marcado carácter soberanista desde el Puerto de Veracruz. Ante una audiencia que incluía a miembros de su gabinete, la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, y representantes de los poderes Judicial y Legislativo, la mandataria trazó una línea clara sobre la postura de su gobierno respecto a la autonomía nacional.
Sheinbaum articuló un principio fundamental de la política exterior y la estabilidad interna: la legitimidad no se busca en el exterior cuando falta en casa. Con la frase “no triunfa quien busca apoyo extranjero cuando no tiene apoyo interno”, la presidenta estableció una correlación directa entre el respaldo ciudadano y la fortaleza internacional de un país. Esta afirmación trasciende la coyuntura inmediata para situarse en una lógica de realismo político, donde la cohesión interna es el primer baluarte contra presiones foráneas.
Su llamado a que “el pueblo de México debe estar alerta para defender la justicia y cualquier intento de injerencia externa” no es una mera retórica conmemorativa. Constituye un posicionamiento estratégico que reactualiza la Doctrina Estrada y los principios tradicionales de la política exterior mexicana, enfatizando la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Al vincular estos intentos con sectores conservadores, Sheinbaum contextualiza la amenaza no como un fenómeno abstracto, sino como una dinámica con actores internos y externos específicos.
La mandataria profundizó en la confrontación de conceptos que, a su juicio, definen la lucha política actual. Frente a la unión de “el amor por el pueblo, el amor por la patria y la razón”, situó al “odio y el llamado al injerencismo” como fuerzas que se debilitan. Esta construcción binaria busca cimentar una narrativa de unidad nacional alrededor de su proyecto de gobierno, presentándolo como la encarnación contemporánea de los ideales independentistas.
Este discurso no puede desvincularse del reciente contexto bilateral con Estados Unidos. Tan solo la semana pasada, Sheinbaum se vio en la necesidad de rechazar explícitamente la posibilidad de una intervención militar estadounidense en territorio mexicano. Dichas declaraciones fueron una respuesta directa a las afirmaciones del expresidente Donald Trump, quien manifestó su disposición a desplegar tropas para combatir el tráfico de drogas. El mensaje desde Veracruz, por tanto, opera en dos niveles: es una reafirmación de principios históricos y, simultáneamente, una réplica diplomática contundente a una propuesta concreta que vulnera la soberanía nacional.
La elección de Veracruz como escenario no es casual. Este puerto ha sido históricamente la llave de entrada y salida de México, testigo de intervenciones extranjeras pasadas, desde la francesa hasta la estadounidense. Al evocar la independencia desde ese simbólico lugar, el gobierno actual busca anclar su narrativa en una geografía cargada de significado, recordando que la defensa de la soberanía es una tarea permanente y geopolíticamente situada.
El análisis de este posicionamiento revela la complejidad de la política de seguridad actual. Por un lado, existe una necesidad operativa de cooperación transfronteriza para enfrentar desafíos comunes como el crimen organizado. Por otro, hay una línea roja infranqueable que protege la integridad territorial y la capacidad de decisión nacional. El arte de la diplomacia mexicana, en este escenario, consistirá en navegar esta dualidad: colaborar sin subordinarse, cooperar sin ceder soberanía. El discurso de la presidenta Sheinbaum deja claro que, para su administración, el principio de no intervención no es negociable y constituye el pilar sobre el cual se construyen todas las demás relaciones internacionales.














