Una Reflexión desde la Experiencia en la Arena Pública
CIUDAD DE MÉXICO.- Con la solemnidad que caracteriza a estas fechas patrias, la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo presidió el desfile cívico-militar del 20 de noviembre. En mi larga trayectoria observando la vida política nacional, he aprendido que estos escenarios son mucho más que un protocolo; son un termómetro del momento que vive un gobierno. Desde el Zócalo de la Ciudad de México, el corazón simbólico de la nación, Sheinbaum lanzó un mensaje contundente: las calumnias, en mi experiencia, suelen ser el tributo que la honestidad debe pagar en un entorno politizado.
Ella fue clara: su administración no se someterá a intereses foráneos ni a los grupos de poder que históricamente han ostentado el control. He visto cómo esta postura, si bien es loable, siempre atrae una resistencia feroz de aquellos que ven amenazados sus privilegios.
Un Posicionamiento Frente a la Violencia y la Disidencia
El contexto era particular. La convocatoria de una manifestación de la Generación Z se desarrollaba de manera paralela al acto oficial. Frente a esto, la mandataria federal fue categórica: quien alienta la violencia y el odio se equivoca de camino. Sus palabras resonaron con la firmeza de quien ha tomado una decisión inquebrantable. “Nos calumnian porque conocen nuestra integridad”, afirmó, delineando una frontera nítida entre su proyecto y las prácticas del pasado. En mis años, he corroborado que un gobierno que se precie de ser legítimo no puede ser un mero instrumento decorativo de las élites económicas.
Sheinbaum se apoyó en lo que ella considera su mayor fortaleza: el respaldo de los sectores históricamente marginados. Declaró que México no retrocederá y que la auténtica paz es hija de la justicia, no de la imposición. Es una lección que, quien haya vivido las transiciones políticas del país, sabe que es fundamental: no se puede glorificar la violencia como método de cambio ni pretender restaurar un régimen de prebendas para una minoría.
La Estrategia ante las Críticas: Firmeza y Claridad Ideológica
Su discurso se transformó en una enumeración poderosa de desaciertos. Desde quien invoca una intervención extranjera hasta quien subestima la inteligencia del pueblo o la fortaleza de las mujeres, la presidenta dejó claro que percibe estos ataques como errores de cálculo. He sido testigo de cómo esta retórica de la “resistencia” busca consolidar un frente interno frente a la oposición, que es tildada de estar aliada con intereses externos.
Al evocar el periodo neoliberal, Sheinbaum apuntó directamente contra los medios de comunicación y los llamados “comentócratas”, acusándolos de servir a la calumnia y de actuar con una volubilidad oportunista. Es una batalla cultural que, en la práctica, busca redefinir el espacio de lo debatible.
Enalteciendo el proyecto de la cuarta transformación, aseguró que el poder hoy tiene una vocación de servicio, no de sometimiento. “Ya no hay imposiciones ni privilegios, hay Constitución, hay democracia y hay un gobierno que escucha”, proclamó. Es una narrativa de ruptura con un pasado que se pinta como corrupto e impune. Su compromiso, afirmó, es continuar la lucha legal contra la impunidad, un principio que, en la teoría, todos suscriben, pero que en la aplicación concreta siempre está llena de complejidades y disputas de interpretación.
Para cerrar con un guiño a la historia, la Presidenta rindió homenaje a pilares de la izquierda y la revolución mexicana como Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa y Lázaro Cárdenas. Un recordatorio de que todo proyecto político busca anclarse en un linaje histórico que le otorgue legitimidad. La acompañaban las máximas figuras de los otros poderes del Estado, una imagen destinada a proyectar unidad y solidez institucional en un momento de evidente polarización.













