Una Línea en la Arena Lingüística: Más Allá de la Prohibición
La presidenta Claudia Sheinbaum ha trazado una línea conceptual en el mapa político nacional, manifestando un desacuerdo fundamental con la reforma impulsada por el Congreso de Chihuahua que proscribe el lenguaje inclusivo en los espacios educativos. Pero, ¿estamos observando meramente un desencuentro político, o es el síntoma de una guerra cultural más profunda por el derecho a la representación simbólica?
Al ser interrogada en la conferencia de prensa matutina sobre la iniciativa del PAN para poner freno a esta evolución lingüística, la mandataria, desde Palacio Nacional, fue contundente: “No estamos de acuerdo“. Una frase simple que resuena como un manifiesto. ¿Por qué legislar sobre la morfología de las palabras cuando podríamos estar innovando en la pedagogía de la inclusión?
La decisión chihuahuense, sellada el martes con 17 votos a favor y 14 en contra, que modifica el artículo 8 de la Ley Estatal de Educación, no es solo una regla gramatical. Es un paradigma. Imaginen si, en su momento, se hubiera prohibido el “vosotros” por considerarlo disruptivo. La lengua no es una escultura de museo; es un río vivo que se adapta a las orillas de su tiempo. Prohibir la innovación lingüística es como intentar detener la marea con las manos: un esfuerzo fútil que ignora la naturaleza orgánica de la comunicación humana.
En lugar de ver este choque como un problema, deberíamos concebirlo como una oportunidad única. Una oportunidad para co-crear un nuevo contrato social donde la semántica no sea un campo de batalla, sino un puente hacia una sociedad donde todos se sientan nominados, representados y, por lo tanto, existentes. La verdadera disrupción no está en la “e” ni la “x”, sino en desafiar la idea de que alguna autoridad tiene el derecho de definir los límites de nuestra voz colectiva.