La noche en que México rompió el molde
¿Qué significa realmente un símbolo? ¿Cuánto peso tiene una tradición de 215 años cuando, por primera vez, una voz femenina la encarna? Estas preguntas flotaban en el aire de la Plaza de la Constitución la noche del 15 de septiembre de 2025, cargadas de una expectativa que trascendía lo festivo para adentrarse en lo histórico.
Bajo un cielo despejado que inexplicablemente dio tregua a la lluvia, Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México, emergió en el balcón central del Palacio Nacional. No era un presidente más. Portaba una banda tricolor confeccionada meticulosamente durante diez días por cuatro mujeres del Ejército mexicano, un detalle simbólico que no escapó a los observadores más agudos. A su lado, su esposo, Jesús María Tarriba, observaba.
“Esta presidenta sí me representa”, “Claudia, México está contigo”. Los cantos surgían desde una multitud estimada en 280,000 almas, según reportes oficiales. La encuesta de Enkoll para EL PAÍS que le otorgaba una aprobación del 79% parecía cobrar vida y volumen en aquel espacio.
Pero detrás de la celebración, una investigación más profunda revela capas de significado. ¿Por qué eligió el color morado, emblemático de la lucha feminista? Fuentes cercanas al protocolo presidencial, que prefirieron mantenerse en el anonimato, sugieren que cada elemento de su vestimenta y discurso fue minuciosamente deliberado.
El Grito tradicional, inmutable en su esencia, fue reescrito. No solo se honró a los próceres habituales. Sheinbaum nombró expresamente a Josefa Ortiz de Domínguez (por sus apellidos de soltera), Leona Vicario, Gertrudis Bocanegra, Manuela Molina, las heroínas anónimas, las mujeres indígenas y, significativamente, a los migrantes. Un guiño directo a una política de inclusión que busca diferenciar su mandato.
Testimonios recogidos en el Zócalo pintan un panorama revelador. Lorena, una capitalina de 50 años, compartió con este medio: “Nunca antes fui a un Grito, pero esta es mi presidenta, que nos representa a mí, a mi hija y a todos los pobres”. Su emoción no era un caso aislado. Grupos de cocineras tradicionales migrantes viajaron desde San Diego, California, expresando que se sentían representadas y apoyadas frente a las políticas antimigrantes de Donald Trump.
Sin embargo, la sombra de su predecesor, Andrés Manuel López Obrador, sigue presente. Los puestos callejeros aún vendían recuerdos con su imagen. Pero algo estaba cambiando. Alondra y Ángel, jóvenes de 23 y 28 años que viajaron desde Tabasco, afirmaron no haber hecho un viaje similar para López Obrador, oriundo de su mismo estado, hacia quien se mantenían “más neutrales”.
El estruendo final de la campana y el último “¡Viva México!” no fueron solo el clímax de una fiesta patria. Fueron la explosión sonora de un cambio simbólico profundo. No se trataba solo de la primera presidenta, sino de una redefinición de la narrativa nacional, una que por primera vez incluyó, de manera protagónica, a las mujeres que ayudaron a construirla. La historia no solo se recordó esa noche; se reescribió desde el balcón más emblemático del país.