Sheinbaum ofrece diálogo con Trump para evitar guerra arancelaria

CIUDAD DE MÉXICO.- En un giro digno de telenovela diplomática, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció su disposición a telefonear al emperador del caos, Donald Trump, para negociar los aranceles que amenazan con convertir la frontera en un muro de dinero. Porque cuando se trata de impuestos, incluso los rivales políticos encuentran motivos para charlar amigablemente.

El Gobierno estadounidense, en su eterna búsqueda de soluciones creativas a problemas inexistentes, planea imponer un 30% de gravamen a las importaciones mexicanas a partir del 1 de agosto. Sheinbaum, demostrando que la paciencia es virtud (cuando hay miles de millones en juego), propuso medidas para equilibrar el déficit comercial que tanto obsesiona al magnate neoyorquino.

“Estamos dispuestos a aumentar el comercio desde suelo gringo“, declaró la mandataria, en lo que pareció un guiño irónico al sueño húmedo de cualquier proteccionista: vender más sin comprar. Cuando los periodistas, haciendo gala de su perspicacia, preguntaron si buscaría hablar directamente con el dueño de la Casa Blanca, Sheinbaum respondió con la elocuencia de un manual de relaciones públicas: “Si es necesario, sí”.

La estrategia mexicana incluye revivir el fantasma del T-MEC y el nearshoring, ese palabro de moda que significa “huyamos de Asia pero no tanto”. Sheinbaum recordó sabiamente que las exportaciones mexicanas son en realidad productos de empresas estadounidenses, en un giro argumental que dejó a todos preguntándose: ¿entonces por qué discutimos?

El clímax llegó al mencionar la agenda del republicano: “Trump tiene una reunión de viernes a martes“, explicó la presidenta, confirmando que en la política internacional moderna, los horarios se miden en unidades de reality show. Mientras tanto, los equipos técnicos de ambos países juegan al teléfono descompuesto con propuestas que, según Sheinbaum, “pueden obtener los mismos resultados” (léase: hacer creer a Trump que ganó sin cambiar nada).

En este circo de absurdos geoeconómicos, solo una cosa es segura: cuando el proteccionismo llama, hasta los rivales ideológicos atienden el teléfono. ¿El premio? Posponer lo inevitable hasta después de las próximas elecciones.