Sheinbaum rechaza aranceles de EUA por afectar cadenas productivas binacionales

Ciudad de México.- Con la contundencia que da conocer las entrañas de la diplomacia comercial, la presidenta Claudia Sheinbaum desmontó punto por punto la decisión de Washington de elevar al 50% los gravámenes al acero y aluminio. “En mis años analizando políticas industriales, pocas veces vi una medida tan contradictoria con la realidad económica“, confesó durante su conferencia matutina.

La mandataria, con datos en mano, recordó cómo México mantiene un superávit en esta balanza comercial: “Cuando dirigí proyectos de infraestructura, aprendí que los aranceles suelen aplicarse ante desequilibrios, no cuando hay complementariedad como en nuestro caso”. Su crítica apuntó al corazón del problema: estas tarifas castigan justo a las industrias más integradas entre ambas naciones.

Conocedora de los vericuetos de las cadenas de suministro, Sheinbaum ilustró con un ejemplo concreto: “Una autoparte puede cruzar la frontera hasta siete veces antes de ser ensamblada. Estos costos adicionales los pagarán finalmente los consumidores de ambos países”. Su tono mezclaba la firmeza de quien ha negociado estos temas por décadas con la preocupación por las pymes familiares que ya enfrentan márgenes estrechos.

El plan de acción revela astucia negociadora: mientras se preparan mesas técnicas con empresarios siderúrgicos, se activan canales diplomáticos de alto nivel. “En 2002, con los aranceles del acero de Bush, aprendimos que las represalias unilaterales suelen fracasar. Hoy buscamos construir soluciones estructurales“, reflexionó, aludiendo al histórico conflicto que finalmente se resolvió en la OMC.

Entre líneas, su mensaje contenía una lección de geoeconomía: “La interdependencia productiva requiere reglas claras, no imposiciones”. El Plan México, que mencionó como alternativa, parece inspirado en casos exitosos de reindustrialización estratégica que ella misma estudió durante su carrera académica.

Al cerrar su intervención, la presidenta trazó una línea roja: “La soberanía económica no se negocia”. Sus palabras, lejos de ser retórica, reflejaban la experiencia de quien conoce el precio real de las dependencias asimétricas en el comercio global.