Un Grito que resonó más allá del Zócalo
La noche del 15 de septiembre no fue una más. Mientras la campana de Dolores volvía a repicar, una pregunta flotaba en el aire: ¿estábamos presenciando un mero acto protocolario o el inicio de una reescritura deliberada de la simbología patria? La presidenta Claudia Sheinbaum, ataviada con un vestido morado de origen tlaxcalteca, no solo portaba la banda presidencial; cargaba con el peso de ser la primera mujer en dar el Grito desde el balcón de Palacio Nacional.
Pero, ¿qué se esconde detrás de los 22 vivas? Nuestra investigación se sumerge en las capas de un discurso minuciosamente construido. El “¡Mexicanas, mexicanos!” con el que inició su arenga no fue una casualidad. El orden alteraba una tradición centenaria, colocando a las mujeres en el centro de la narrativa nacional desde el primer instante.
La decisión onomástica: más que un apellido
Uno de los gestos más reveladores, pasado casi desapercibido para muchos, fue la mención de “Josefa Ortiz Téllez-Girón”. ¿Por qué insistir en el apellido de soltera en lugar del tradicional “Ortiz de Domínguez”? Expertos consultados en historiografía feminista señalan que esta elección no es inocente. Es un intento deliberado de rescatar la identidad individual de la corregidora, separándola de la figura marital y reconociéndola como un sujeto histórico por derecho propio. Un guiño a los movimientos que buscan desentrañar a las mujeres de la sombra de los hombres.
El canon de héroes: ¿quiénes entran y quiénes quedan fuera?
La lista de vivas ofrece un mapa claro de la nueva narrativa. Figuras como Leona Vicario, Gertrudis Bocanegra y Manuela “La Capitana” Medina fueron elevadas al mismo panteón que Hidalgo o Morelos. Pero, ¿qué criterio rigió esta selección? El énfasis en “las heroínas anónimas” y “las mujeres indígenas” apunta a una voluntad de reconocimiento colectivo, más allá de las figuras individuales. ¿Estamos ante una politización de la historia o, por el contrario, ante una corrección de una omisión histórica?
El vivo a “las hermanas y hermanos migrantes” introduce además un elemento contemporáneo y social, conectando la gesta independentista con los desafíos actuales de la nación.
Conclusión: El peso de los símbolos
Más que una ceremonia, el primer Grito de Sheinbaum fue una declaración de intenciones. Cada palabra, cada nombre, cada omisión fue una pieza de un rompecabezas destinado a reconfigurar la memoria colectiva. El vestido morado, el orden de las palabras, la elección onomástica y el nuevo canon de héroes no son detalles anecdóticos; son herramientas de un proyecto político que busca anclarse en una reinterpretación del pasado para legitimar su visión de futuro.
La verdadera pregunta que queda resonando es: ¿este acto marca el inicio de un diálogo nacional más inclusivo sobre nuestra historia o simplemente sustituye una narratura oficial por otra? Solo el tiempo, y la rigurosa labor periodística, lo dirán.

















