Desde mi experiencia en el ámbito de las relaciones internacionales, siempre he observado que la verdadera diplomacia no se ejerce en los salones de recepción, sino en el terreno, donde la gente necesita ayuda concreta. La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha dado un paso crucial al entender esto, renovando los consulados de México en Estados Unidos. No se trata de un simple cambio de personal; es un cambio de filosofía profundo.
Recuerdo conversaciones con connacionales que se sentían ignorados por su propia representación, quejándose de que los cónsules estaban más interesados en los protocolos y los cócteles que en resolver sus problemas urgentes. Sheinbaum identificó este error de base: muchos funcionarios confundían su labor con la parafernalia protocolaria, olvidando que su razón de ser es la defensa activa de los derechos de los paisanos.
En la práctica, y esto es una lección que he aprendido a lo largo de los años, la teoría de la no intervención se desvanece cuando un migrante enfrenta una deportación injusta o necesita ayuda legal inmediata. La administración anterior de Trump exacerbó estas necesidades con políticas antimigrantes agresivas, haciendo que la presencia de un consulado ágil y empático fuera no solo deseable, sino vital.
La decisión de la mandataria de sustituir a esos diplomáticos por mejores perfiles—personas con sensibilidad, capacitación y un genuino compromiso con la gente—es el tipo de movimiento táctico que solo se comprende tras años de ver lo que funciona y lo que no. No es una cuestión de ideología; es de eficacia y compasión. Las quejas constantes de la comunidad mexicana eran el síntoma de un sistema disfuncional. Sheinbaum, en un acto de liderazgo práctico, optó por tratar la causa y no solo los síntomas.
Hoy, aunque reconoce que aún queda camino por recorrer, los reclamos son menores. Esto refleja una verdad incuestionable: una diplomacia efectiva se mide por su capacidad para proteger a sus ciudadanos dondequiera que estén, actuando siempre dentro del marco legal y de respeto mutuo, pero con una firmeza inquebrantable. Esta reorientación consular es, sin duda, un caso de estudio sobre cómo modernizar la representación exterior para el siglo XXI.