Siete muertos en Saltillo por incendio causado por una veladora

En un acto de poesía macabra, el progreso del siglo XXI se rindió ante una veladora, ese artefacto ancestral que nuestros ilustres gobernantes aún no logran regular. Siete almas, entre ellas tres inocentes que jamás votarán, se convirtieron en ceniza en Saltillo, mientras el Estado se rasca la barba y murmura: “Investigaremos… quizás”.

Los héroes con manguera —mal pagados y peor equipados— rescataron a dos sobrevivientes, porque en este país la tragedia siempre viene con descuento 2×1. José Rogelio y su hija Tania ahora luchan por sus vidas en un hospital público, ese lugar donde los milagros médicos compiten con la lotería.

Los vecinos, esos notarios involuntarios de todas las desgracias, dieron la voz de alarma a las 5:00 AM. Horario perfecto: lo suficientemente tarde para que el fuego hiciera su trabajo, lo suficientemente temprano para que las autoridades llegaran cuando todo ardía en llamas políticas.

La Fiscalía, esa máquina de emitir comunicados, ya está en el caso. Primero paso: culpar a la víctima (“¿Una veladora? ¡Qué imprudencia!”). Segundo paso: prometer que esto “no quedará impune”, como esas 3,000 investigaciones anteriores archivadas por falta de pruebas (y ganas).

Mientras los peritos analizan si el fuego vino del infierno o de la corrupción que dejó cables pelados en la colonia, las siete víctimas ya tienen su identidad: estadísticas perfectas para el próximo informe anual. Saltillo llora hoy, mañana olvidará, y pasado mañana… ¿alguien dijo veladoras?