Sinaloa exhibe su mercado negro entre armas, drogas y cadáveres

CIUDAD DE MÉXICO.— En un espectáculo que mezcla el absurdo con la tragedia, las fuerzas armadas mexicanas protagonizaron su rutina semanal: perseguir motocicletas Italika (el Ferrari de los narcos) y decomisar sustancias químicas cuyo único fin legítimo sería derretir cadáveres en telenovelas. Entre los hallazgos estrella: una camioneta robada que fungía como laboratorio químico ambulante y rifles abandonados con la misma premura con que un turista olvida su sombrero en la playa.

En Estancia de los García, el ejército descubrió que los vecinos no solo cultivan tomates, sino también marihuana envuelta en aluminio (¿para hornearla?). La sosa cáustica y 200 litros de “sustancia no identificada” —probablemente el secreto de la abuela para cocinar cristal— completaban el menú. Mientras, en Tres Ríos, una persecución terminó con dos fusiles de guerra y un chaleco antibalas, porque en Sinaloa hasta el cartero necesita protección nivel SWAT.

La Marina, por su parte, se topó con una GMC Sierra sin placas —el equivalente vehicular a un criminal con pasamontañas— repleta de “tubos de cartón”. ¿Artículos para fiestas infantiles? No: artefactos para pesca ilegal que, según las autoridades, representaban un “grave riesgo”. Más peligroso, claro, que los tres cuerpos torturados hallados en un Nissan Tiida, cuyas luces encendidas y motor en marcha eran el último guiño macabro de sus verdugos: “Aquí nos vemos, nunca”.

Entre chalecos tácticos abandonados como playeras sudadas y motocicletas sin placas (el Uber del narcomenudeo), el mensaje es claro: en el estado que inventó el pozole y los corridos, el crimen es un negocio tan eficiente que hasta sus escombros tienen más organización que el gabinete de seguridad.

Mientras los peritos recogen evidencias y la autopista se convierte en morgue al aire libre, uno se pregunta: ¿realmente decomisaron algo, o solo fotografiaron el inventario de la próxima subasta del narco?