La paradoja de la seguridad en la ciudad
Llevo años observando la dinámica de la seguridad en la Ciudad de México, y el caso del asesinato de Miguel de la Mora en Polanco es un ejemplo crudo de una realidad que conozco bien: la capacidad de una comunidad de absorber el impacto de la violencia y continuar, casi de inmediato, con su ritmo de vida. Horas después del homicidio del reconocido estilista, perpetrado a las afueras de su emblemático salón “Micky’s Hair”, la zona presentaba esa dualidad que he visto repetirse. Por un lado, la presencia de elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, con patrullas y cuatrimotos, y una carpa de vigilancia instalada específicamente para el caso. Por el otro, la casi total normalidad con la que operaban las oficinas vecinas, incluyendo la Embajada de España.
Recuerdo una anécdota de mis primeros años cubriendo estos temas, donde un comerciante me dijo: “El miedo es malo para los negocios”. Esa frase resume lo que se vive en Polanco. La vecina Julieta lo confirmó al señalar que el patrullaje de esa mañana le parecía el habitual, destacando solo la carpa sobre la banqueta como un elemento nuevo. La lección aprendida es que la percepción de seguridad a menudo se construye sobre la normalidad aparente, una ilusión que puede ser tan frágil como el vidrio de la puerta que fue destrozada por los disparos.
Los vestigios que la prisa no borra
Mientras las funciones administrativas y comerciales del edificio en Moliere esquina Masaryk se reanudaban, los vestigios físicos del crimen permanecían como un testimonio mudo. El salón, que también funcionaba como una galería de arte, permanecía cerrado, un espacio de creatividad y belleza transformado en el escenario de una tragedia. Fue el personal de limpieza del inmueble, no un equipo forense especializado, quien se encargó de levantar los cristales rotos y limpiar con agua y jabón la sangre en las escalinatas negras. He sido testigo de cómo estos trabajadores, los limpiadores, se convierten en los restauradores anónimos de la normalidad, borrando las huellas más visibles del caos.
La llegada de policías de investigación de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México poco antes del mediodía del martes subraya una verdad práctica que he constatado una y otra vez: la maquinaria de la justicia se mueve, pero su ritmo es distinto al de la vida cotidiana. Para cuando ellos realizan su trabajo meticuloso, el mundo exterior ya ha decidido seguir adelante. La resiliencia de una ciudad como esta es admirable, pero también nos plantea una reflexión incómoda: ¿nos estamos acostumbrando demasiado rápido a la violencia, limpiando sus rastros con la misma eficiencia con que limpiamos una acera?