Un Canje que Cierra Heridas y Abre Interrogantes
He sido testigo de numerosos intentos de paz en esta convulsa región, y pocos momentos son tan agridulces como la culminación de un canje. Este lunes, tras una angustiosa espera, presenciamos cómo Hamás completaba la entrega de los últimos 20 rehenes israelíes con vida. La escena en la Plaza de los Rehenes de Tel Aviv, con miles de personas entre lágrimas de alivio y gritos contenidos, es un recordatorio visceral de que, en este oficio, cada victoria humana viene precedida de una inmensa carga de dolor. He aprendido que estos momentos de alegría no son el final, sino la frágil primera página de un nuevo y complejo capítulo.
La operación, mediada por el Comité Internacional de la Cruz Roja, se desarrolló en dos fases. La primera, con siete cautivos alrededor de las 09.00 hora local, y la segunda, con los trece restantes, tres horas más tarde. En mi experiencia, esta fragmentación no es casual; es una coreografía diplomática y de seguridad que busca gestionar la logística y el impacto mediático de un evento de tal magnitud. Tras la entrega, el protocolo fue claro: un reconocimiento médico exhaustivo para cada uno de los liberados. Son estas minucias operativas, a menudo invisibles, las que construyen la confianza necesaria para que un acuerdo tan delicado no se desmorone.
La Otra Cara del Acuerdo: Liberaciones y Realidades Divididas
Como contrapartida, Israel inició la excarcelación de aproximadamente 2.000 prisioneros palestinos, un proceso que, he comprobado a lo largo de los años, nunca es homogéneo. Las imágenes fueron elocuentes y mostraron la profunda división en la región. En Jan Yunis, al sur de Gaza, una multitud eufórica, donde era palpable la presencia de milicianos armados, recibió a la mayoría de los liberados. Esa misma presencia es una lección práctica sobre los enormes obstáculos que el plan de Donald Trump aún debe superar; la seguridad y la gobernanza en la Franja siguen siendo un rompecabezas sin resolver.
La situación fue radicalmente diferente para otros 154 reclusos que fueron expulsados discretamente a Egipto, y más sombría aún en Cisjordania. Allí, cientos de familiares recibieron a 88 palestinos que llegaron demacrados y con signos evidentes de malos tratos. Me ha tocado presenciar escenas similares antes, pero lo que más me llamó la atención fue su silencio. A diferencia de intercambios anteriores, se mostraron reacios a hablar, relatando posteriormente amenazas de los servicios de inteligencia israelíes. Este detalle no es menor; es un síntoma de la desconfianza subyacente que amenaza con socavar cualquier avance. La verdadera prueba de fuego no es la liberación en sí, sino si este frágil éxito puede convertirse en un cimiento para una paz duradera, y la experiencia me dice que el camino será largo y espinoso.