Reinventando la Fiscalidad: De los Antojos a la Equidad
Imagina un mundo donde cada bolsa de botanas o bebida energizante que compras se convierta en un ladrillo para construir un palacio de justicia. Esta es la propuesta radical del diputado Fernando Zárate, que desafía la lógica convencional de los impuestos. No se trata de un simple gravamen más; es un experimento audaz de ingeniería social y financiera que conecta nuestros hábitos de consumo con la arquitectura misma del estado de derecho.
¿Qué pasaría si en lugar de ver los impuestos como castigos, los rediseñamos como puentes hacia soluciones sistémicas? El legislador de Morena no solo propone una modificación al Código Fiscal, sino una reingeniería conceptual: transformar el consumo de productos de baja densidad nutricional en el combustible para el Tribunal Superior de Justicia y la Fiscalía capitalina. Es una ecuación provocadora: tus indulgencias gastronómicas financiando tu seguridad jurídica.
La Alquimia Fiscal: Convertir Calorías en Capital Social
Zárate presenta desde tribuna una visión que conecta puntos aparentemente inconexos: programas sociales que alivian el bolsillo ciudadano pero que no abordan causas estructurales. Su premisa es revolucionaria: “No hemos podido aterrizar algunas causas fundamentales para darle muchísima más justicia social a la población”. ¿Y si la solución estuviera en gravar precisamente lo que nos distrae de esas causas fundamentales?
La iniciativa establece una tasa del 4.5% sobre la venta final de un ecosistema de productos diseñados para el placer inmediato: bebidas energizantes con su cóctel de cafeína y taurina, bebidas saborizadas que son pura química dulce, y toda una galería de alimentos no básicos con alta densidad calórica. Pero aquí está el genio disruptivo: en lugar de sermonear sobre salud, convierte estos productos en vehículos de transformación institucional.
El Mapa de lo Innecesario: Botanas que Construyen Tribunales
La propuesta cartografía con precisión el territorio de lo prescindible: botanas, productos de confitería, chocolate y derivados del cacao, flanes, dulces de frutas, cremas de cacahuate, helados y nieves. Cada categoría representa no solo una fuente de calorías vacías, sino una oportunidad fiscal estimada en más de cinco mil millones de pesos.
Esta no es la clásica taxonomía de nutriólogos o moralistas alimenticios. Es el inventario de lo que podemos sacrificar colectivamente para obtener algo de mayor valor: seguridad y justicia. El diputado lo afirma sin ambages: “Lo necesitamos”.
Hacia un Nuevo Contrato Social Alimenticio
Lo verdaderamente transformador de esta iniciativa es su capacidad para replantear la relación entre consumo personal y bienestar colectivo. En un giro de pensamiento lateral, convierte cada elección en el supermercado en un acto político potencial. ¿Prefieres ese chocolate o prefieres financiar un sistema judicial más eficiente?
La propuesta ahora navega por el laberinto de comisiones legislativas, pero su mera existencia ya ha logrado algo extraordinario: obligarnos a considerar que quizás la solución a nuestros problemas más complejos no está en donde usualmente buscamos, sino en reinventar completamente nuestro enfoque hacia lo aparentemente trivial.
Este impuesto no es solo sobre botanas y energizantes; es sobre redefinir qué valoramos como sociedad y cómo financiamos lo que realmente importa. Es un experimento audaz que merece ser observado no como otra medida fiscal, sino como un prototipo de innovación gubernamental en el siglo XXI.
















