La cruda realidad que vivimos en las calles
Llevo años cubriendo la compleja realidad de Sinaloa, y días como el de ayer en Culiacán no son simples notas rojas; son el reflejo de una crisis de seguridad estructural que he visto escalar. La violencia se esparce por distintos puntos de la ciudad con una metodología que, por desgracia, ya reconocemos: ataques selectivos, ajustes de cuentas y una clara intención de sembrar el terror. Más allá de las cifras, cada víctima representa una familia destrozada y una comunidad que se encierra en el miedo.
Detalles que revelan patrones delictivos
El ataque sobre la avenida Insurgentes, a escasas cuadras del Palacio de Gobierno, es una muestra de la audacia de los grupos criminales. En mi experiencia, estos hechos en zonas céntricas no son casualidad, sino un mensaje. La víctima, identificada como un ex agente municipal, nos habla de un pasado que, en este contexto, suele ser una sentencia. He documentado demasiados casos donde el historial de una persona la convierte en un blanco.
La diversidad de los escenarios es aleccionadora: desde el fraccionamiento Valle Alto, donde un joven de 21 años fue interceptado, hasta un predio agrícola en Aguaruto, donde hallaron el cuerpo de una mujer. Esto nos indica que ningún espacio es inmune. Recuerdo coberturas anteriores donde los enfrentamientos se concentraban en ciertas zonas; hoy, la geografía del delito se ha expandido dramáticamente.
El impacto profundo y las lecciones no aprendidas
El ataque e incendio de dos negocios en la colonia San Rafael sigue un guion que he visto repetirse: primero la intimidación con armas de fuego, luego la destrucción con fuego. Es una táctica de control territorial y de advertencia a la comunidad. La presencia combinada de la Policía Estatal y el Ejército en el lugar es la respuesta habitual, pero desde mi perspectiva, la lección constante es que estas acciones reactivas son insuficientes sin una estrategia integral de inteligencia y prevención.
La frialdad de los reportes oficiales, con sus “signos vitales” extinguidos y sus víctimas “no identificadas”, a menudo oculta la verdadera magnitud del trauma social. He hablado con vecinos que, tras hechos como estos, normalizan el encierro y viven con una desconfianza profunda. La verdadera herida de la violencia no solo se mide en cuerpos, sino en el tejido social que se desgarra día a día. La experiencia me ha enseñado que hasta que no se ataquen las raíces económicas y sociales que alimentan estos conflictos, seguiremos contando víctimas en una espiral que parece no tener fin.















