La Sombra del Miedo en Uruapan
URUAPAN, Michoacán.- La investigación sobre el terreno revela una verdad incómoda: nadie se mueve en este municipio sin ser observado. La mirada es doble, una pertenece a las células del crimen organizado y la otra, a los servicios de inteligencia, militares y elementos de la Guardia Nacional que han convertido a la localidad en una fortaleza sitiada. ¿Qué buscan realmente tras el magnicidio, hace siete días, del edil Carlos Alberto Manzo Rodríguez?
Nuestro recorrido por la Plaza Morelos, el epicentro de la tragedia, confirma que las huellas del homicidio permanecen intactas. En este escenario, donde fue abatido el hombre conocido como El Señor del Sombrero, la pregunta que flota en el aire es tan persistente como el miedo: ¿Quién dio la orden y por qué? La voz de Uruapan, de todo Michoacán y de un México exhausto, clama con una sola exigencia: paz y justicia genuinas.
Las entrevistas con los residentes destapan una capa más profunda de la crisis. La ciudadanía exige una seguridad efectiva, no solo para ellos, sino con especial urgencia para Grecia Quiroz García, la viuda de Manzo Rodríguez y ahora alcaldesa sustituta. El temor colectivo es palpable: el narco podría intentar un nuevo golpe para consolidar su mensaje de terror.
El despliegue de fuerza es innegable. Fusiles de asalto y ametralladoras sobresalen en la línea de defensa —o de contraataque— establecida por el Ejército y la Guardia Nacional en cada acceso a Uruapan. Los mandos a cargo son enfáticos en declaraciones a este medio: su misión es frenar la escalada de violencia y capturar, si la oportunidad se presenta, a los criminales que mantienen sometida a la población. Sin embargo, uno se pregunta: ¿es esta presencia masiva una solución duradera o un paliativo temporal?
Dentro de la mancha urbana, la vigilancia se intensifica. Calles y comercios están bajo la lupa constante de convoyes que patrullan por separado la GN y la Secretaría de la Defensa Nacional, sumándose al operativo del Servicio de Protección Federal. Un escenario de control total que contrasta con la supuesta normalidad.
Aunque las actividades cotidianas se han reanudado a regañadientes, los habitantes se dan un tiempo para regresar a la Plaza Morelos. Es allí, donde la noche del sábado 1 de noviembre, los estruendos de los disparos que segaron la vida de su alcalde dejaron una cicatriz imborrable en la memoria colectiva.
El testimonio de Rafaela Chávez, una habitante local, resume la sensación de oportunidad perdida que recorre la ciudad: “Se siente su partida… él anhelaba ejecutar las cosas de manera correcta, pero por motivos que desconocemos, no logró concretarlo”. Esta frase, más que un lamento, se erige como un testimonio crucial que conecta puntos aparentemente inconexos y apunta hacia las fuerzas ocultas que impidieron su labor. La investigación sugiere que la respuesta no está solo en las balas, sino en lo que el alcalde pudo haber descubierto o intentado cambiar.














