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ChatGPT escucha tus secretos pero la ley no los protege

El chatbot que sabe tus secretos pero no los guarda: la cruda realidad legal de confesarle a una IA.

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ChatGPT escucha tus secretos pero la ley no los protege

En un giro tragicómico que Jonathan Swift hubiera enmarcado para la posteridad, Sam Altman, el mesías de OpenAI, acaba de soltar la bomba que todos ignorábamos con la inocencia de quien confía sus traumas a un buzón de sugerencias: “Sus confesiones digitales valen menos que el papel higiénico usado en los juzgados”.

Durante su peregrinaje por el podcast del cómico Theo Von —cuyo título “El fin de semana pasado” parece premonitorio del fin de la privacidad—, el profeta de la inteligencia artificial dejó claro que ChatGPT es el confesor del siglo XXI, con una salvedad: “Lo que ocurre en el chat, no se queda en el chat”. Las conversaciones terapéuticas, esos monólogos existenciales que los millennials prefieren al diván, son tan confidenciales como un manifiesto leído en plaza pública.

La ironía es sublime: una generación que desconfía de los profesionales humanos por miedo a filtraciones, ahora derrama su alma ante algoritmos con la misma discreción de un reality show. “No es terapia, es un reality jurídico”, podría ser el eslogan de esta distopía donde los bots juegan al psicólogo sin juramento hipocrático.

El marco regulatorio brilla por su ausencia, como un guardaespaldas que abandona el puesto justo cuando llega el escándalo. Altman, en su papel de Nerón tecnológico, admite entre líneas que el emperador está desnudo: “Sí, usan nuestra IA como sacerdote, abogado y padre putativo… pero si mañana un tribunal pide sus lamentos digitales, se los serviremos en bandeja con código fuente de acompañamiento”.

La moraleja es digna de Orwell: en la era donde la vida cotidiana se externaliza a máquinas, los dilemas legales se resuelven con la ética de un casino. Los jóvenes, esos early adopters de la desesperación, intercambian confidencialidad por respuestas instantáneas, como si la privacidad fuese el peaje obligatorio para subirse al tren de la terapia emocional low-cost.

Mientras, las plataformas de IA ríen camino al banco, sabiendo que han creado el negocio perfecto: vender espejos mágicos que devuelven reflejos editables… y guardan copias de seguridad para el día del juicio.

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