Disney canoniza a sus íconos en el altar de la IA mientras excomulga a Google

El Santo Pacto de la Fábrica de Sueños

En un movimiento que reconcilia la magia eterna con el progreso inevitable, el Sacro Imperio del Entretenimiento, conocido por los plebeyos como Disney, ha consagrado una ofrenda de mil millones de dólares al Oráculo de Inteligencia Artificial, OpenAI. El objetivo sagrado: bautizar a sus deidades modernas —desde el ratón cósmico Mickey hasta el caballero galáctico Luke Skywalker— en las aguas generativas de Sora, la máquina de crear ilusiones visuales. Así, los fieles podrán, por fin, generar sus propias visiones sacrílegas y compartirlas en un éxtasis de creatividad controlada y monetizada.

La Doble Cruzada: Bendecir a un Dios y Excomulgar a Otro

Mientras firmaba este concordato con un tintero de bits, el Imperio no dudó en lanzar una bula papal contra el hereje Google, acusándolo de utilizar sus iconografías sagradas para alimentar a sus propios demonios algorítmicos sin la debida indulgencia (léase: licencia). La contradicción, naturalmente, es tan solo aparente para los no iluminados. No es lo mismo cuando el sumo sacerdote Sam Altman promete un “uso responsable” que cuando los bárbaros de Silicon Valley saquean el panteón creativo sin pagar el diezmo correspondiente.

El acuerdo, un santo grial de tres años, permitirá a los acólitos generar videos con más de 200 santos y superheroes del universo Disney. “Promovemos la innovación que beneficia a la sociedad”, declaró Altman, probablemente desde un púlpito holográfico. Robert Iger, sumo pontífice del reino, añadió que esto “ampliará el alcance de nuestra narración”, un eufemismo delicioso para “venderemos la misma nostalgia en un nuevo formato y ustedes nos pagarán por el privilegio de hacer el trabajo de creación”.

Los Niños: Corderos para el Sacrificio Digital

No todos alabaron la nueva cruzada. Algunos aguafiestas, como Josh Golin de Fairplay, tildaron el pacto de “traición a los niños”, argumentando que se usa a los personajes infantiles como carnada para enganchar a las mentes jóvenes a una plataforma que oficialmente les prohíbe la entrada. Una lógica impecable: crear un parque de atracciones con todos los personajes favoritos de los niños y luego colgar un cartel de “Prohibido el paso a menores”. La genialidad corporativa reside en esa capacidad para vender la llave de una celda como si fuera un juguete.

La Guerra Santa por la Propiedad Intelectual

Mientras tanto, la carta de cese y desistimiento a Google es una obra maestra de la hipocresía teatralizada. El Imperio, que ha construido su fortuna sobre cuentos de hadas, fábulas y mitos ajenos convenientemente adaptados y patentados, ahora exige que se respete la sacrosanta “propiedad intelectual”. Acusan al gigante tecnológico de “infringir los derechos de autor a gran escala”, presentando como prueba del crimen la fácil generación de personajes como Deadpool o los Simpson por parte de las IA de Google. La ironía de que un imperio basado en la copia, la adaptación y la absorción de historias clame por la pureza creativa es tan densa que podría usarse para entrenar un nuevo modelo de ironía.

Iger lo resumió con la solemnidad de un estadista en guerra: “Hemos sido agresivos en la protección de nuestra propiedad intelectual”. Traducción: Nuestros abogados son más numerosos que vuestros ingenieros. El mensaje es claro: solo hay un Dios verdadero en el cielo del copyright, y su nombre es Disney. Todos los demás son ídolos de silicona a los que hay que derribar, a menos, claro está, que paguen la tasa de apostasía correspondiente en un acuerdo de licencia multimillonario.

Así avanza la civilización: un pie en el futuro generativo y el otro firmemente plantado en los archivos legales del siglo XX. Un baile elegantísimo entre la innovación disruptiva y la defensa férrea del status quo monetizable. El sueño definitivo: un mundo donde toda creatividad esté filtrada, licenciada y supervisada por un ratón con guantes blancos. ¡Qué tiempos tan maravillosos para estar despiertos!

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