En un acto de benevolencia sin precedentes, la sagrada institución de las comunicaciones mexicanas, Telcel, ha decretado un nuevo sacramento obligatorio para sus fieles. A partir del amanecer del 7 de enero de 2026, cada alma que desee seguir susurrando por el éter deberá presentarse, física o digitalmente, para sellar un pacto de sangre burocrática. No bastará con pagar religiosamente la limosna mensual; ahora habrá que ofrendar la esencia misma de la identidad: la Identificación Oficial y el Sagrado Código Único de Registro de Población (CURP).
El ritual, diseñado con la eficiencia proverbial de un trámite gubernamental, ofrece dos vías de salvación. La peregrinación presencial a los modernos templos llamados Centros de Atención, donde acólitos en camisa te atenderán entre ofertas de nuevos smartphones. O la confesión digital, un proceso remoto donde, tras tres intentos misericordiosos de validar tu humanidad, el sistema te condenará irremediablemente a la primera opción. La modernidad, al parecer, tiene sus límites, especialmente cuando los algoritmos dudan de tu rostro.
Los Santos Documentos que Aplacarán la Ira de la Red
Para demostrar que no eres un espectro ni un revolucionario anónimo, deberás exhibir uno de los talismanes aprobados: la INE, el Pasaporte vigente o la CURP biométrica (un invento tan avanzado que hasta tu alma tiene huella digital). Los extranjeros, esos seres mitológicos, solo podrán acreditar su existencia con un pasaporte o, en un alarde de inclusión burocrática, con una CURP temporal. La información requerida es mínima y discreta: solo tu nombre completo, tu CURP y, si optas por la vía digital, una selfie de sumisión que certifique que eres un ser de carne y hueso y no una inteligencia artificial intentando pedir una pizza.
El Destino de los Réprobos: El Limbo de las Líneas Suspendidas
Para aquellos herejes que se resistan al nuevo orden o que, peor aún, soliciten la apostasía y desvinculen su identidad, el castigo será ejemplar. A partir del 30 de junio de 2026, toda línea no consagrada será arrojada al limbo de la suspensión. En ese purgatorio digital, el usuario podrá contemplar su pantalla táctil y reflexionar sobre su desobediencia, con el único consuelo de poder llamar a números de emergencia. Una metáfora perfecta de la sociedad moderna: completamente vigilada y registrada, pero con una línea directa al 911 por si la paranoia se desborda.
Como gesto final de transparencia totalitaria, Telcel habilitará un Portal de la Revelación donde cada ciudadano podrá descubrir, quizás con horror, cuántas líneas fantasmas suscribió en un arrebato de promociones 2×1. Así, en nombre de la seguridad, la lucha contra el crimen y la sacrosanta regulación, completamos el círculo: para evitar que un delincuente use un celular anónimo, convertimos a toda la población en un dossier andante. Swift propondría comer a los niños; nuestra era satírica se conforma con devorar, byte a byte, nuestra propia privacidad.

















