El síndrome de Simón revela la crisis de madurez en los treintañeros

En un giro irónico digno de una distopía moderna, los varones de treinta años han descubierto una nueva forma de rebelión: la negación absoluta de crecer. El llamado Síndrome de Simón, bautizado así en honor a ese eterno adolescente que todos llevamos dentro, es el último grito en excusas para evitar responsabilidades. ¿Por qué asumir compromisos cuando puedes culpar a un trastorno de moda?

Los expertos —esos seres mitológicos que diagnostican problemas con nombres pegadizos— aseguran que este fenómeno es una variante del Síndrome de Peter Pan, pero con más likes y menos hadas. Los síntomas incluyen: terror al compromiso (salvo el de Netflix), obsesión por selfies que demuestren “éxito”, y una habilidad sobrenatural para convertir conversaciones profundas en memes.

Manual del treintañero contemporáneo

  • Soltería militante: No es miedo al compromiso, es “libertad emocional”. Las relaciones estables son tan vintage como los discos de vinilo.
  • Madurez opcional: Llorar porque tu equipo perdió el partido es válido; hablar de sentimientos, no tanto.
  • Materialismo espiritual: El yoga es solo para las fotos del Instagram; lo importante es el reloj que llevas mientras lo practicas.
  • Narcisismo 2.0: Si no te admiras a ti mismo, ¿quién lo hará? (Spoiler: probablemente nadie).

La solución, según los gurús de la autoayuda, es tan sencilla como inalcanzable: terapia. Pero, ¿para qué invertir en salud mental cuando puedes gastar ese dinero en un curso de cómo ser influencer? Al fin y al cabo, en la era de las redes sociales, la única madurez que importa es la de tus seguidores.

Así que ya sabes, querido treintañero: si te sientes perdido entre expectativas sociales y tu colección de funkos, no te preocupes. Siempre podrás etiquetarlo como un síndrome y seguir postergando la adultez hasta que el algoritmo lo permita.

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