La Luna de Fresa ilumina México con sus secretos fotográficos

En un alarde de generosidad cósmica, la “Luna de Fresa” —un fenómeno que, contra todo pronóstico, no huele a frutilla ni mancha de rojo el cielo— se dignará a aparecer sobre México este junio. Los mortales, armados con sus teléfonos inteligentes (y no tan inteligentes), podrán inmortalizar este espectáculo celestial sin necesidad de vender un riñón por equipo profesional. Eso sí, deberán someterse al riguroso ritual de la paciencia, ese concepto anticuado en la era del “quiero todo ya”.

Para los devotos de la fotografía lunar, aquí van los mandamientos sagrados: primero, estabiliza tu dispositivo como si fuera el último bastión de cordura en un mundo de vibraciones compulsivas. Segundo, entra en el modo “nocturno” o “profesional” —esa función que usas tanto como tu tarjeta de biblioteca— y juega a ser científico ajustando parámetros que ni entiendes. ¡Pero cuidado! Si subes demasiado la exposición, la Luna parecerá un foco fundido en vez de un astro poético.

Los privilegiados con teleobjetivos en sus móviles (benditos sean por el capitalismo tecnológico) podrán captar hasta el lunar más escondido de la Luna. Los demás, conformémonos con hacer zoom hasta que la imagen se pixele como nuestros sueños. Y si todo falla, siempre queda el truco sucio: grabar un video y robarle un fotograma, como un ladrón de instantes perfectos.

La “hora azul” —ese fugaz intervalo entre el día y la noche donde hasta los políticos parecen honestos— será tu aliada. Y por el amor a la estética, apaga el flash; no es una discoteca, es el cosmos. Escápate de la ciudad, donde las luces artificiales compiten con las estrellas como influencers en busca de likes, y sube a un cerro a contemplar cómo la humanidad arruinó la oscuridad.

Para los snobs de las cámaras semiprofesionales, les recordamos que ISO bajo, apertura estrecha y velocidad precisa son la santísima trinidad. Y si no sabes qué es un RAW, mejor vuelve a Instagram.

Ah, ¿que por qué se llama “Luna de Fresa”? Porque los algonquinos —esos tipos que sabían vivir sin WiFi— la asociaban con la cosecha de fresas. Nada que ver con el color, claro. En realidad, es una superluna: la excusa perfecta para que el satélite se acerque y nos recuerde lo insignificantes que somos. Disfruten el show, mientras dure.