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La devolución de tierras Wixárika y el teatro político de la Cuarta Transformación

Un acto simbólico reaviva la lucha histórica por la tierra mientras el discurso oficial pinta un futuro idílico.

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La devolución de tierras Wixárika y el teatro político de la Cuarta Transformación

La mandataria perfecciona el arte del fotoperiodismo social mientras firma decretos entre sonrisas.

En un espectáculo digno de las cortes del siglo XVIII, Claudia Sheinbaum inauguró el último capítulo de “El gobierno que todo lo da”, repartiendo 5,956 hectáreas al pueblo Wixárika como si fueran dulces en una posada revolucionaria. La escena, cuidadosamente coreografiada en La Yesca, Nayarit, incluyó discursos épicos donde los “neoliberales villanos” del pasado (1982-2018) fueron vilipendiados por robar tierras, mientras la actual administración se autoproclama heroína redistribuidora de lo que nunca debió ser arrebatado.

“Nosotros le damos al pueblo”, declaró la Presidenta con la solemnidad de quien descubre el agua tibia, olvidando mencionar que devolver lo robado no es generosidad, sino obligación elemental. El acto, envuelto en retórica constitucional y referencias espirituales, coincidió milagrosamente con la necesidad de reforzar la narrativa oficial ante próximas elecciones.

Entre las perlas del evento:

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  • La construcción de escuelas y centros de salud (que cualquier municipio no indígena da por sentado)
  • Una Universidad Intercultural cuyo presupuesto probablemente costee más la propaganda que las aulas
  • El rescate de tierras sagradas pendientes desde la Colonia, ahora resueltas en tiempo récord de seis meses (¿magia burocrática?)

El director del INPI, Adelfo Regino, deleitó a la audiencia con cifras astronómicas: 4,998 millones de pesos invertidos, suficientes para comprar 22,727,273 kilos de tortillas (a precio controlado). Mientras, las autoridades tradicionales Wixárika aplaudieron educadamente, conscientes de que en este juego de tronos agrarios, más vale pájaro en mano que diez mil hectáreas prometidas.

La cereza del pastel: la reforma al artículo 2º constitucional, donde el Estado mexicano, después de cinco siglos, “descubre” que los pueblos originarios existen y merecen derechos. Todo ello aderezado con caminos artesanales, radiodifusoras comunitarias y otras migajas del festín presupuestal.

Al final, como en toda comedia política, el reparto fue generoso: 15 funcionarios en tarima, 5 lugares sagrados reconocidos (uno pendiente), y cero preguntas incómodas sobre por qué estas reparaciones tardaron 200 años en materializarse. ¡Viva la Cuarta Transformación!… hasta que la siguiente administración necesite reinventar la rueda de la justicia histórica.

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