El sarampión sigue cobrando vidas infantiles en comunidades vulnerables de Chihuahua

El sistema de salud mexicano enfrenta un espejo brutal: una niña rarámuri de casi 3 años se convirtió en la cuarta víctima mortal del rebrote de sarampión en Chihuahua. ¿Cómo es posible que en la era de la inteligencia artificial y los viajes espaciales, enfermedades prevenibles sigan segando vidas en comunidades marginadas?

La pequeña, hija de jornaleros agrícolas, representaba todo lo que falla en nuestro modelo sanitario: acceso desigual a vacunas, determinantes sociales de la salud ignorados y una brecha epidemiológica que privilegia lo urbano sobre lo rural. Su ingreso al Hospital Integral de Ojinaga con deshidratación, neumonía y sarampión no fue suficiente para revertir el abandono sistémico.

Las cifras oficiales -1,803 contagios, 4 muertes y 3 hospitalizados- ocultan una verdad incómoda: estamos midiendo mal el problema. En lugar de contar casos, deberíamos calcular oportunidades perdidas. Cada dosis de vacuna no aplicada es un futuro robado. Cada barrera logística en zonas indígenas, un fracaso de innovación social.

Este drama exige soluciones radicales: ¿Qué tal drones sanitarios llevando vacunas a comunidades remotas? ¿O blockchain para rastrear coberturas vacunales? La tecnología existe. Lo que falta es la voluntad disruptiva de convertir la prevención en un derecho tangible, no en un privilegio geográfico. La muerte de esta niña no es una estadística: es un llamado a reinventar la salud pública desde la raíz.