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La burocracia inunda más que la lluvia a un anciano en Iztapalapa

Un octogenario enfrenta el abandono institucional tras perder su único medio de transporte en una inundación absurda.

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En un giro tragicómico que solo la Ciudad de México podría ofrecer, José Amezcua, de 80 años, descubrió que su venerable Datsun del 71 —una reliquia que sobrevivió a sexenios, inflaciones y hasta a un intento de chatarrización— sucumbió ante el enemigo más inesperado: 45 milímetros de lluvia y la indiferencia estatal. El agua, más eficiente que cualquier programa social, logró en horas lo que el gobierno no ha podido en décadas: dejar a un anciano diabético sin movilidad, mientras sus piernas esperan turno para ser amputadas por un sistema de salud que prefiere recortar extremidades que presupuestos.

“Todo lo perdí, hasta mi carcachita”, declaró José con la solemnidad de un héroe de telenovela, mientras mostraba las heridas en sus piernas, cuidadosamente ignoradas por las autoridades. Su auto, ahora un acuario improvisado, exhibía marcas de agua en el retrovisor como trofeos de una batalla perdida contra la naturaleza y la ineptitud urbana. Los asientos empapados, el motor ahogado y la batería electrificada por la ironía: un vehículo que circulaba “diario” (según los registros de la Cuarta Transformación) ahora es pieza de museo de la negligencia.

El Seguro Social, esa entidad mitológica que promete protección pero entrega burocracia, le niega cubrir el automóvil porque, al parecer, inundar viviendas es un “acto de Dios”, pero ayudar a sus víctimas es “un gasto no presupuestado”. Mientras, José calcula el costo de un taxi (80 pesos, el equivalente a medio día de su pensión) y decide que, entre caminar una hora con piernas a punto de gangrenarse o esperar que Claudia Sheinbaum lo escuche desde su helicóptero, mejor deja secar el Datsun al sol… junto con sus esperanzas.

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La solución gubernamental, como siempre, es magistral: puertas y cofre abiertos para que el vehículo se seque “naturalmente”, como si la evaporación fuera la nueva política pública. Mientras tanto, en algún despacho de la alcaldía, un funcionario redacta un comunicado: “Reconocemos la resiliencia de los ciudadanos ante eventos climáticos extremos”. José, sin saberlo, acaba de convertirse en el emblema no oficial de la Cuarta Transformación: abandonado, pero sonriendo para la foto.

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