El INE corona a los nuevos sumos sacerdotes de la justicia en un acto de solemnidad burocrática

En un espectáculo que mezcla la pompa de los Oscar con la gravedad de un conclave vaticano, el Instituto Nacional Electoral (INE) consumó su papel de gran sacerdote de la democracia al entregar las constancias de victoria a los nueve afortunados que gobernarán desde el mármol de la Suprema Corte de Justicia. Todo ello, por supuesto, en horario prime time dominical, porque nada dice “transparencia” como actuar cuando la audiencia está distraída con el fútbol.

Entre aplausos de familiares que probablemente entendían tanto del proceso como de física cuántica, los consejeros del INE cumplieron su sagrado deber: palomear (término técnico para “validar lo inevitable”) a los elegidos, liderados por Hugo Aguilar, el nuevo Ministro Presidente, cuyo discurso bilingüe (mixteco y burocrático) dejó claro que la diversidad lingüística es tan importante como la opacidad en las votaciones.

“Gracias al INE por este proceso impecable”, declaró Aguilar, omitiendo mencionar si se refería a la impecabilidad de los resultados o a la coreografía del evento. “Tendremos una Corte guiada por el Estado de derecho”, prometió, sin especificar si era el derecho vigente o el que inventarán sobre la marcha.

No faltaron las ministras reelectas —Batres, Esquivel y Ortiz—, sentadas juntas como en un reality show judicial, ni los demás beneficiarios del sorteo democrático. Todos recibieron su certificado de legitimidad, un documento mágico que transforma sospechas en certezas y cuestionamientos en “voluntad popular”.

Así, entre discursos grandilocuentes y fotos para la posteridad, México celebró otra farsa institucional donde lo único indiscutible es que el circo democrático sigue en funciones… hasta el próximo acto.