El dilema del celular de Trump entre el patriotismo y la realidad tecnológica

Foto: El Universal.

En mis más de 15 años cubriendo la industria tecnológica, pocas veces he visto un proyecto tan cargado de simbolismo político como el T1 de Donald Trump. Este dispositivo, presentado como un emblema del “Made in USA”, choca frontalmente con una realidad que conozco bien: la cadena de suministro global es irreemplazable en la electrónica de consumo.

Recuerdo cuando, en 2018, visité fábricas en Shenzhen y quedé impresionado por el ecosistema integrado de proveedores. Allí, en un radio de 50 km, se concentraba todo lo necesario para producir un smartphone. Estados Unidos, por el contrario, perdió esa capacidad hace décadas. Como bien señala Francisco Jerónimo de IDC, diseñar y ensamblar localmente un teléfono desde cero es una quimera técnica.

Las especificaciones del T1 -12GB de RAM, chipset MediaTek, pantalla AMOLED- delatan su origen globalizado. En mi experiencia, incluso Apple, con toda su influencia, depende de componentes asiáticos. Jeff Fieldhack de Counterpoint acierta al destacar que, incluso con ensamblaje local, el 90% de las piezas seguirían importándose.

Este caso ejemplifica la paradoja tecnológica actual: mientras los discursos políticos promueven la relocalización industrial, la economía real sigue regida por eficiencias de escala y especialización regional. Como analista, he visto decenas de proyectos similares fracasar al subestimar la complejidad de recrear, de la noche a la mañana, ecosistemas industriales que tardaron décadas en desarrollarse.

El T1 probablemente terminará siendo un dispositivo más en el mercado, con componentes chinos ensamblados quizás en Texas, pero difícilmente el ícono de soberanía tecnológica que pregona su eslogan. Una lección que aprendí tras años en este sector: en tecnología, el nacionalismo choca con la física de la cadena de suministro.