La macabra comedia política por el cadáver de Edgar Lungu

JOHANNESBURGO — En un giro digno de una tragicomedia burocrática, el gobierno de Zambia ha demostrado que ni la muerte detiene su obsesión por el control. Con la solemnidad de un elefante en una cristalería, lograron una orden judicial para secuestrar el cadáver del ex presidente Edgar Lungu, impidiendo su entierro privado en Sudáfrica. ¿El motivo? Una patriótica disputa sobre si el difunto merece pudrirse en suelo nacional o en el exilio eterno.

La escena fue surrealista: familiares vestidos de luto, en lugar de llorar ante un ataúd, debieron presentarse ante un tribunal en Pretoria, como si el difunto fuera un paquete postal en disputa. El Tribunal Superior, en un arranque de lucidez burocrática, decidió que el cuerpo quedaría en el limbo legal hasta agosto. Porque, claro, ¿qué mejor que prolongar el drama con audiencias interminables?

El gobierno zambiano, en un alarde de “respeto nacional”, insiste en que Lungu debe ser enterrado en su país, aunque en vida lo trataron como un paria. El fiscal general Mulilo Kabesha declaró con solemnidad vacía: No es un refugiado. ¡Qué alivio! Por un momento, todos temimos que el cadáver solicitara asilo político.

Mientras tanto, la familia de Lungu prefiere evitar que el actual mandatario, Hakainde Hichilema, convierta el funeral en un acto propagandístico. Lungu, en un último gesto de rebeldía, dejó instrucciones de prohibirle la entrada. Hichilema, por su parte, insiste en presidir el evento, quizás para asegurarse de que el rival esté bien muerto.

La ironía es deliciosa: el mismo gobierno que acusó a Lungu de autoritario ahora exige controlar su entierro “por el interés nacional”. Ya prepararon una tumba presidencial, como si el difunto fuera un trofeo más en su colección de poder. Entre tanto, el cuerpo sigue en la nevera, esperando que la burocracia decida su destino final.

Esta farsa macabra es el epílogo perfecto para una enemistad política que incluyó prisión, acusaciones de traición y un arresto domiciliario. Ahora, hasta en la muerte, la pelea continúa. Como diría Swift: Nada une más a un país que un buen cadáver político sin enterrar.