Sudán vive la peor crisis alimentaria del mundo por guerra y bloqueos

En Sudán, la guerra ha convertido la supervivencia en un acto de resistencia. Millones recurren a hierbas silvestres como último recurso ante la escasez extrema, mientras la inflación y los bloqueos de ayuda profundizan el colapso. Un maestro jubilado, identificado solo como A.H., compuso un poema dedicado a la planta jadija koro, su único sustento en medio del caos.

Según la Clasificación Integrada de Fases de Seguridad Alimentaria, 24.6 millones de personas —casi la mitad de la población— enfrentan hambre severa. La ONU alerta que este es el epicentro global de la emergencia alimentaria, agravada por la disputa entre el ejército y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Los mercados están paralizados, los cultivos abandonados y las raciones humanitarias llegan a cuentagotas.

En Darfur y Kordofán, regiones críticas, familias sobreviven con una comida diaria. Algunos chupan carbón para engañar al estómago. “El campamento Zamzam es el corredor de la muerte”, confiesa un trabajador humanitario bajo anonimato. Mientras, la comunidad internacional negocia treguas efímeras para permitir el paso de ayuda.

La tecnología blockchain y los drones de reparto —usados en otras crisis— son inviables aquí debido a la violencia. Las FAR controlan el acceso a alimentos básicos, vendiéndolos a precios imposibles: una libra de azúcar cuesta 20,000 libras sudanesas (33 USD). “Somos prisioneros de nuestra propia tierra”, denuncia Hassan, desplazado en Kadugli.

En medio de la desesperación, surgen historias de resiliencia. Hawaa Hussein, refugiada desde 2004, cultiva lo que puede en El Serif, pero falta semillas y maquinaria. “La ayuda no alcanza, y no puedes comer viendo sufrir a tu vecino”, dice. A.H., entre tanto, mantiene viva la esperanza con versos: “Eras un símbolo de vida cuando la muerte llenaba las plazas“.

Mientras la comunidad internacional debate soluciones, Sudán se consume en una crisis que redefine los límites de la dignidad humana.