La hipocresía de las pieles y las sonrisas forzadas en el mundo del espectáculo

En el circo mediático donde los actores se abrazan frente a las cámaras y se apuñalan por la espalda en los aeropuertos, María Antonieta de las Nieves —eterna víctima de su propia inocencia— relató cómo Florinda Meza, su “querida compañera” de El Chavo del 8, la entregó a las garras de la aduana mexicana con la frialdad de una villana de telenovela. Todo, por supuesto, en nombre de la moda y el egoísmo disfrazado de hermandad artística.

Según el relato de “la Chilindrina”, aquel viaje a Argentina fue un festival de hipocresía: mientras ellas compraban abrigos de piel como si el cambio climático fuera un chiste de Chespirito, la solidaridad brillaba por su ausencia. Florinda, incapaz de soportar que su colega burlara las regulaciones con astucia, optó por la delación: “¿Y por qué María Antonieta sí?”, preguntó con la dulzura de una serpiente en liquidación. Así, ambas perdieron sus preciados trofeos de vanidad en la bodega del aeropuerto, donde seguramente se pudrieron junto a otros sueños frustrados.

Lo más hilarante de esta tragicomedia es que, según De las Nieves, el elenco era “como una familia”. Claro, si por familia entendemos un grupo donde prima la envidia, las sonrisas fingidas y el instinto de supervivencia. Gabriel Fernández, su esposo, fue su único refugio en ese safari de egos —porque nada dice “amor verdadero” como ignorar a tus compañeros de trabajo en cada gira—. Angelines Fernández y Edgar Vivar completaban el cuadro de excepciones, aunque uno sospecha que solo porque no competían por los mismos abrigos.

La moraleja de esta fábula moderna es clara: en el reino del espectáculo, la lealtad tiene la duración de un trending topic. Y si alguien te invita a ir de compras, revisa bien la factura… o terminarás pagándola tú.