El expresidente de Estados Unidos Donald Trump recibió este viernes el inaugural Premio FIFA de la Paz, un galardón de nueva creación que el organismo rector del fútbol mundial decidió otorgar en el marco de la ceremonia del sorteo de grupos para la Copa Mundial de la FIFA 2026. El acto tuvo lugar en Washington D.C., a escasa distancia de la Casa Blanca, en un contexto marcado por la cercanía personal y política entre Trump y el presidente de la FIFA, Gianni Infantino. La decisión ha desencadenado un inmediato cuestionamiento por parte de organizaciones de derechos humanos y observadores de la gobernanza deportiva, quienes señalan la opacidad del proceso de selección y advierten sobre los riesgos de que la FIFA sacrifique su neutralidad política.
La FIFA anunció en noviembre la creación de este reconocimiento anual, destinado a una persona que, según la institución, haya realizado “acciones excepcionales y extraordinarias en favor de la paz” uniendo a personas de todo el mundo. Sin embargo, el organismo se mantuvo en un hermetismo absoluto respecto al posible ganador hasta el momento de la entrega, alimentando los rumores que ya apuntaban a Trump. La falta de claridad sobre los criterios de selección, la existencia de otros nominados o la composición de un eventual jurado se convirtió en el primer punto de controversia. Minky Worden, directora de iniciativas globales de Human Rights Watch, declaró que, tras consultar a la FIFA para entender el proceso de decisión, la inferencia inevitable es que “no hay proceso, no hay otros nominados, no hubo evaluación”.
La concesión del premio aparece indisociablemente ligada a la relación pública entre Infantino y Trump. El presidente de la FIFA ha sido un declarado admirador del expresidente estadounidense, a quien incluso apoyó abiertamente para el Premio Nobel de la Paz. Un día antes del anuncio oficial, Infantino publicó en su cuenta de Instagram que Trump “definitivamente” merecía un reconocimiento de esta naturaleza. Esta cercanía se ha materializado en múltiples encuentros públicos, desde la toma de posesión de Trump hasta la cumbre de paz de Sharm el-Sheikh, y se enmarca en la intensa colaboración logística para la organización del Mundial 2026, que compartirán Estados Unidos, México y Canadá.
La FIFA justifica esta relación como parte necesaria de la función de su presidente para mantener vínculos sólidos con los líderes de los países coanfitriones, lo que ha permitido, según el organismo, la creación del Grupo de Trabajo de la Casa Blanca para la Copa Mundial. No obstante, para críticos como Nick McGeehan, director del grupo de defensa FairSquare, la creación expresa del premio y su concesión a Trump trascienden la mera cooperación logística. McGeehan calificó la maniobra como “el ejemplo más reciente de una grave mala gobernanza en la FIFA” y advirtió que “vincular a la FIFA con el proyecto MAGA de Trump podría tener sentido comercial a corto plazo, pero es obviamente muy perjudicial para la integridad y la reputación del deporte”.
El gesto sitúa a la FIFA en un terreno políticamente delicado, especialmente cuando el organismo ha tratado de reconstruir su imagen tras pasados escándalos de corrupción. La percepción de que el premio responde a un cálculo de oportunismo político o comercial, más que a un mérito objetivo en la promoción de la paz, erosiona la credibilidad institucional. Las dudas no se limitan al acto en sí, sino que proyectan una sombra sobre el desarrollo del Mundial 2026, un evento ya complejo por su formato trinacional y su escala sin precedentes. La pregunta que flota ahora es hasta qué punto la alineación de la FIFA con una figura tan polarizante como Trump podría afectar la percepción global del torneo y la capacidad del organismo para actuar como un actor neutral en el escenario internacional.
Hasta el momento, la FIFA no ha respondido a las solicitudes de aclaración sobre el proceso de decisión del Premio de la Paz. Este silencio institucional, lejos de apagar la polémica, la alimenta, dejando la impresión de que el galardón fue concebido como un instrumento al servicio de una agenda específica. El episodio revela una tensión fundamental en el gobierno del fútbol global: el balance entre la pragmática necesidad de colaborar con poderes políticos y el mandato de preservar la independencia y los valores universales que el deporte dice encarnar. La creación de un premio a la paz, en estas circunstancias, corre el riesgo de ser interpretada no como un acto de reconocimiento, sino como un símbolo de sumisión a intereses particulares, con consecuencias a largo plazo para la legitimidad de la institución.














