En este oficio, he visto cómo un solo detalle táctico puede torcer el destino de una serie. Lo que vivimos en CU fue un claro ejemplo de eso. Cruz Azul tuvo en sus manos el momento perfecto para marcar una ventaja decisiva, pero una decisión estratégica cuestionable lo cambió todo. Desde mi experiencia, cuando un partido pide contundencia, la obsesión por el control puede ser tu peor enemigo. Nicolás Larcamón insistió en un ritmo pausado, y esa pasividad, que he visto hundir a muchos equipos con la llave al alcance, fue el oxígeno que necesitaba un Tigres siempre peligroso. El 1-1 final no es un mal resultado, pero deja una obligación monumental en la vuelta, una lección que se aprende a fuego en estas instancias.
El momento en que la serie cambió de color
Gabriel “Toro” Fernández apareció como el salvavidas en un naufragio que parecía inevitable. Su penal al 76′, ejecutado con la frialdad de los grandes momentos, le devolvió el alma a un estadio que empezaba a dudar. He aprendido que estos goles son más que un tanto; son inyecciones de fe que reconfiguran la psicología de todo un vestuario. Sin embargo, antes, Ángel Correa había dado una cátedra de puntería y eficacia al 61′. Su gol, fruto de un desliz defensivo, fue el recordatorio cruel de que en semifinales, los errores se pagan caro. En la tribuna, uno siente ese silencio repentino que solo trae el gol visitante, sabiendo que el camino se puso cuesta arriba.
El duelo comenzó con la intensidad que anticipaba. Tigres, con su directo y vertical estilo de juego, supo incomodar desde el inicio, exigiendo a Andrés Gudiño y rozando el poste con Fernando Gorriarán. Esos avisos tempranos son cruciales; te muestran las intenciones del rival. Lamentablemente, es una lección que el equipo local no supo o no pudo descifrar a tiempo.
La posesión sin puntería: un arma de doble filo
Aquí yace otra lección práctica: la posesión del balón, sin profundidad ni llegada clara, es solo un espejismo. El dominio del esférico por parte de Cruz Azul fue insistente, pero careció de la filigrana y la velocidad necesarias para desequilibrar. Larcamón buscó variantes en el ataque, pero la insistencia en un esquema que no producía se volvió en su contra. Por experiencia, cuando un técnico intenta recomponer el rumbo y ya es tarde, la reacción suele alcanzar solo para el empate, nunca para la remontada. El penal de Fernández fue el destello, pero el reloj y el daño táctico ya estaban consumados.
El peso de una estrategia que no se ajusta al partido
El cierre fue un reflejo de la noche. Tigres, oliendo la indecisión rival, insistió con transiciones veloces hasta el último segundo. Gudiño respondió con paradas valientes, pero la sensación final era palpable: se dejó escapar una oportunidad de oro. Ahora, el desafío es monumental. Larcamón debe remar contracorriente y diseñar un plan para vencer en el Volcán, una fortaleza donde la presión se multiplica. La eliminatoria ahora exige gol, precisión y una agresividad que no se vio en la ida. El “Toro” encendió la ilusión, pero para soñar con la final, deberán lograr una hazaña en territorio felino, una tarea para la que deberán aprender rápido las lecciones que dejó este primer capítulo.


















