El Indy 500 logra su primer lleno total en ocho años

Tras casi una década de altibajos, las 500 Millas de Indianápolis han vuelto a brillar con luz propia. El graderío principal del Indianapolis Motor Speedway ha agotado sus entradas, algo que no ocurría desde 2016. Pero esto no es casualidad: estrategias como el levantamiento del veto televisivo local —vigente desde la era de Truman— han sido clave. Recuerdo cómo, en mis primeros años cubriendo el evento, los directivos debatían entre tradición y modernidad. Hoy, la decisión de permitir la transmisión en el mercado local ha demostrado ser un acierto, democratizando el acceso y revitalizando el interés.

Doug Boles, presidente del circuito, confirmó que aunque los 230.000 asientos están vendidos, aún quedan pases generales. Esto refleja una lección que aprendí tras años en el paddock: la flexibilidad atrae a nuevas audiencias. Proyectan una asistencia récord de 350.000 personas —equivalente a llenar cuatro estadios Azteca—, cifra que habla de un renacer. El Indy 500 no es solo una carrera; es un termómetro del automovilismo. Cuando en 2018 las gradas mostraban claros, muchos pronosticaron su declive. Hoy, con cambios audaces y escucha activa al fan, escriben un nuevo capítulo. ¿La moraleja? Hasta los clásicos necesitan reinventarse.