La tragicomedia de los suplentes que creen ser titulares en la Selección Mexicana

En un giro irónico del destino, tres valientes gladiadores del balompié —Mateo Chávez, Jeremy Márquez y Raúl “Tala” Rangel— libran una batalla quijotesca por un lugar en el Olimpo del Tricolor. Su hazaña ocurre mientras los dioses del fútbol (léase: los titulares) se ausentan para participar en el Mundial de Clubes, ese circo mediático donde los equipos patrocinados por jeques y magnates juegan a ser importantes.

Mateo, quien cruzó el charco para unirse al AZ Alkmaar (un club tan famoso que hasta los holandeses dudan de su existencia), cree que su aventura europea lo convertirá en el Mesías del mediocampo mexicano. “Aquí hay que aprender de los maestros… o al menos de sus suplentes”, declaró con la solemnidad de quien acaba de descubrir que el agua moja.

Mientras tanto, Jeremy Márquez, en un arrebato de lucidez, confesó: “Sí, es una ventana… o más bien una rendija por donde colarse”. El joven sueña con la Copa Oro, ese torneo donde las estrellas descansan y los aspirantes demuestran que, en efecto, no están a la altura.

Y luego está Rangel, el arquero que debe enfrentar el regreso de Guillermo Ochoa, ese titán que lleva décadas siendo el único mexicano capaz de detener balones (cuando no está ocupado posando para comerciales de desodorante). “Habrá que aprenderle mucho”, musitó Rangel, omitiendo mencionar que “Memo” tiene más años en la selección que él en este planeta.

Así, entre ilusiones rotas y oportunidades fabricadas, estos héroes anónimos protagonizan la eterna farsa del fútbol nacional: un sistema donde los clubes exportan mediocridad y la federación celebra como si fuera oro. ¿El verdadero partido? El que juegan contra sus propias expectativas.