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Pumas y el arte de fallar goles bajo la lluvia

Un portero estrella y una lluvia de oportunidades desperdiciadas en un partido que dejó más pena que gloria.

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En un espectáculo que combinó fútbol, natación y tiro al blanco fallido, los Pumas demostraron que dominan el arte de convertir oportunidades claras en frustración colectiva. El empate 1-1 ante Necaxa no fue un resultado, sino una tragicomedia en tres actos: ilusión, desesperación y abucheos.

El Estadio Olímpico Universitario se convirtió en un laboratorio de absurdos. Mientras el agua encharcaba la cancha, los delanteros auriazules perfeccionaban su técnica para errar: disparos a las nubes, regalos rechazados y un “mano a mano” que terminó en “manos vacías”. Hasta el defensa Rubén Duarte, en un arranque de compasión, decidió anotar él mismo para evitar que el marcador muriera de aburrimiento.

Keylor Navas, el héroe tricolor, debutó como testigo impotente de un crimen: el asesinato sistemático del gol. Los reflectores que lo seguían pronto se giraron hacia el área rival, no por admiración, sino por el morbo de ver cuántas formas existían de desperdiciar un ataque. Guillermo Martínez incluso inventó una nueva: fallar desde medio metro con la portería abierta, hazaña que le valió el cariñoso coro de “¡Fuera Memote!”.

Al final, la lluvia limpió el campo pero no la vergüenza. Los Pumas, esos felinos que cazan con las uñas retráctiles, se conformaron con arañar un punto y seguir nadando en la mediocridad de la tabla. Eso sí: si el torneo se ganara por fallos épicos, irían primeros con honores.

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