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Red Bull descubre que incluso los dioses del asfalto tienen días humanos

El dominio de Red Bull enfrenta un inesperado obstáculo en la pista, revelando grietas en su imbatibilidad.

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Foto: Agencia Reforma.

El RB21, ese prodigio de la ingeniería que solía burlarse de las leyes de la física, parece haber olvidado su manual de instrucciones en el Gran Premio de Emilia-Romaña. Lejos de la pole position, el monoplaza de Red Bull avanza con la elegancia de un elefante en una cacharrería.

Por supuesto, los magos de Milton Keynes prometen sacar un conejo del motor en el último momento, porque ¿qué sería del circo sin sus trucos? Max Verstappen, acostumbrado a pilotar cohetes disfrazados de automóviles, ahora debe conformarse con un vehículo que, según sus propias palabras, “no es lo suficientemente rápido”. Traducción: el holandés está a punto de descubrir cómo se sienten los mortales.

“Una McLaren me atrapó. Eso lo dice todo”, confesó Verstappen, en lo que podría ser la primera línea de su futuro libro: Humildad forzada: cuando tu equipo olvida pagar la factura de la aerodinámica. Mientras, George Russell y su Mercedes merodean como buitres esperando el momento perfecto para picotear los restos de la hegemonía roja.

  • La verdadera tragedia no es que los autos color papaya se alejen, sino que Verstappen ahora debe preocuparse por un rival que, hasta hace poco, consideraba parte del paisaje decorativo.

Con solo 6 puntos de ventaja y un ritmo que parece sacado de una carrera de domingo por la tarde, el cuatro veces campeón del mundo enfrenta un dilema existencial: ¿qué duele más, perder o admitir que incluso los semidioses del asfalto tienen días malos?

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