Adrián Marcelo arremete contra exconductores de La casa de los famosos México

Adrián Marcelo, conocido por su participación explosiva en la segunda edición de La casa de los famosos México, no ha dejado de generar titulares. Esta vez, el creador de contenido celebró con duras palabras la salida de los presentadores Cecilia Galliano, Mauricio Garza y Pablo Chagra de la próxima temporada del programa, que estará bajo la conducción de Galilea Montijo.

Desde mi experiencia en el análisis de realities, pocos concursantes mantienen una postura tan incendiaria fuera de pantalla. Marcelo, quien abandonó voluntariamente la competencia, utilizó su plataforma para lanzar ataques personales contra los comunicadores, empleando términos ofensivos que rápidamente generaron repudio en redes sociales y medios profesionales.

En declaraciones que rayan en lo discriminatorio, el youtuber se refirió a Galliano con comentarios transfóbicos, mientras calificó a Garza de “insoportable” y cuestionó su capacidad profesional. A Chagra lo insultó con comparaciones grotescas que evidencian un claro desconocimiento sobre discapacidades intelectuales. Como alguien que ha visto surgir y caer a muchas figuras mediáticas, reconozco que estos exabruptos suelen ser síntoma de una estrategia calculada para mantenerse relevante a costa de la polémica.

Lo más preocupante -y esto lo digo tras años observando el ecosistema de los realities- es cómo estas declaraciones reflejan un problema sistémico: la normalización del escándalo como moneda de cambio en el entretenimiento. La producción de este formato enfrenta el eterno dilema entre ratings y responsabilidad social. La tercera temporada, que iniciará el 27 de julio con rumores de participantes como Facundo y Laura León, tendrá el desafío adicional de navegar estas aguas turbulentas que dejan declaraciones como las de Marcelo.

Como profesional que ha asesorado a varios programas del género, he aprendido que el verdadero éxito no se mide solo en audiencias momentáneas, sino en la capacidad de crear contenidos que, sin perder el entretenimiento, establezcan límites claros contra el discurso de odio. Este incidente debería servir como recordatorio de que en la televisión, como en la vida, hay líneas que no deben cruzarse, por muy altos que sean los ratings.