Alejandro Fernández rinde tributo a su padre en la frontera

Alejandro Fernández, el máximo exponente de la música mexicana de mariachi.

En un acto de perpetuación dinástica que haría palidecer a cualquier monarquía europea, el heredero del imperio ranchero, Alejandro Fernández, se dispone a cruzar la frontera con su caravana musical para oficiar el ritual anual de «De Rey a Rey». Una ceremonia donde el cetro charro pasa de generación en generación, consolidando lo que los estudiosos llaman «la sucesión fernandina».

El próximo 25 de noviembre, el Payne Arena de Hidalgo, Texas se convertirá en el templo donde los fieles adoradores de la sacra música vernácula acudirán en peregrinación. Allí, el primogénito del «Charro de Huentitán» ejecutará el repertorio sagrado con la solemnidad que merece un legado que, según los entendidos, pesa más que un traje de charro bordado en oro.

EL ESPECTÁCULO DE LA TRADICIÓN

Los preparativos para esta celebración musical avanzan con la precisión de un ritual ancestral. El artista, enfundado en su armadura de gamuza y plata, dirigirá a su ejército de músicos en una batalla campal contra el olvido, interpretando aquellas canciones que ya forman parte del patrimonio emocional colectivo.

Los asistentes, convertidos en coro multitudinario, entonarán con devoción los himnos que constituyen la banda sonora de sus vidas: desde «No me sé rajar» hasta «Me dediqué a perderte», pasando por todos aquellos temas que sirven tanto para declaraciones amorosas como para desahogos etílicos.

Este homenaje paterno, formalizado en el disco en vivo «De Rey a Rey», representa mucho más que un simple concierto. Es la consagración definitiva de Alejandro como custodio del legado musical familiar, el guardián de las esencias rancheras en una época donde lo auténtico escasea más que el agua en el desierto.

EL RITO COLECTIVO

El evento promete transformarse en una catarsis colectiva donde la nostalgia y el orgullo patrio se fundirán en un grito unísono. Una oportunidad única para presenciar cómo la música mexicana, en su expresión más pura, sigue siendo el cemento que une generaciones y fronteras.

El 25 de noviembre, la frontera será testigo de cómo un apellido se convierte en sinónimo de tradición, y cómo un hijo honra a su padre cantando las mismas canciones que alguna vez le arrullaron. Un espectáculo que promete dejar más huella que las botas de un charro en tierra fértil.

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