Diego Luna critica las redadas mientras Trump declara la guerra a los migrantes

En un giro irónico digno de Los viajes de Gulliver, el actor Diego Luna, mientras abordaba un vuelo con destino a Los Ángeles (esa tierra prometida donde los sueños se convierten en memes), se detuvo para lamentar el «momento oscuro» que atraviesan los migrantes en EE.UU. Claro, porque nada alivia más el sufrimiento humano que las declaraciones de celebridades entre el check-in y el control de seguridad.

Mientras Luna elogiaba las «muestras de apoyo» de la sociedad civil (léase: selfies con pancartas y hashtags virales), el presidente Donald Trump, en un arrebato de creatividad lexicográfica, anunció su plan maestro: «la mayor deportación masiva de la historia». Porque, según el líder del mundo libre, los migrantes son básicamente «armas de destrucción masiva» que convierten ciudades idílicas en «distopías del Tercer Mundo». ¿Alguien más escuchó el rugido de Jonathan Swift revolviéndose en su tumba?

Las redadas del ICE, acompañadas por el despliegue de 4,000 Guardias Nacionales y 700 Marines (por si acaso los migrantes llevaban armas… de trabajo), desataron protestas bautizadas como «Sin Reyes». Una ironía suprema, considerando que Trump gobierna como un monarca medieval empeñado en construir murallas y quemar herejes… digo, deportar indocumentados.

Mientras California intentaba «retomar el control» de las tropas federales (spoiler: no lo logró), Trump redobló la apuesta: acusó a los «demócratas radicales» de querer «destruir el país». Por supuesto, olvidó mencionar que su gobierno lleva años convirtiendo la democracia en un reality show donde los migrantes son los villanos editados para odiar.

En un final digno de 1984, el magnate-presidente concluyó su discurso con un llamado a «revertir la marea de Destrucción Masiva Migratoria». Porque, en su mente, el verdadero peligro no son las políticas xenófobas, sino esas familias que cruzan fronteras huyendo de la pobreza… ¡Qué audacia!

Así, entre lágrimas de celebridad y retórica trumpiana, EE.UU. se consolida como el escenario perfecto para una sátira tragicómica donde los derechos humanos son el chiste… y nadie se ríe.