El último adiós de Rod Stewart cierra una era en México

El último adiós de Rod Stewart cierra una era en México

El mesías del glam rock prepara su última venida.

Hace treinta y seis años, en los anales de nuestra gloriosa nación, existía un México donde el rock era considerado una peligrosa herejía contra el sagrado orden establecido. Tras el pecado original de Avándaro, los sumos sacerdotes del poder decretaron que toda expresión musical juvenil debía ser confinada al subsuelo, como si las guitarras eléctricas fueran artefactos subversivos más letales que la corrupción institucionalizada.

En aquel páramo cultural, la anunciada llegada del profeta británico Rod Stewart en abril de 1989 adquirió proporciones mesiánicas. Miles de jóvenes desarrapados emprendieron peregrinación hacia Querétaro, donde el autor de “Da Ya Think I’m Sexy?” ofrecería su evangelio musical. Lo que encontraron fue una epifanía lacrimógena: las autoridades, en un acto de sublime ironía, decidieron que el mejor acompañamiento para “Forever Young” era una generosa aspersión de gas lacrimógeno.

Los cronistas de la época, con fino humor histórico, bautizaron el evento como “El Berlín mexicano”. Porque nada simboliza mejor la caída de un muro opresor que policías antidisturbios reprimiendo a adolescentes que solo querían corear “Maggie May”. Así nació nuestra moderna era del espectáculo masivo: entre tos, lágrimas y acordes de rock.

Ahora, en un giro cómico digno del más absurdo teatro del esperpento, el octogenario Stewart regresa para su gira “One Last Time Tour”. El mismo estadio Corregidora que presenció la represión ahora albergará la consagración oficial. El sistema que antes combatía el rock hoy lo comercializa en cómodas cuotas. El rebelde de antaño se transforma en patrimonio cultural, su melena rubia ahora blanqueada por el paso del tiempo y su música convertida en reliquia de museo.

Stewart, a sus ochenta años, no solo se despide de los escenarios. Cierra el círculo perfecto de cómo las revoluciones culturales son domesticadas, empaquetadas y vendidas como nostalgia. El mismo establishment que gasificaba sus conciertos ahora le rinde homenaje. Qué sublime paradoja: la libertad se conquista, se comercializa y se jubila, todo ante la atenta mirada de quienes alguna vez la consideraron peligrosa.

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