La casita VIP donde la élite rinde culto al Conejo Supremo

En un despliegue de humildad que solo puede ser calibrado con sismógrafos de lujo, el autoproclamado Conejo Malo, soberano absoluto de las listas de reproducción globales, ha descendido sobre la capital mexicana para ejecutar su gira “Debería Haber Documentado Mi Ascenso Con Más Detalle Fotográfico Mundial“. El evento, más que una serie de conciertos, se ha erigido como un brillante y ruidoso ritual donde se consagra la nueva teocracia del entretenimiento.

El epicentro de este culto no es el escenario principal, sino una estructura modesta conocida como la “casita”. Lejos de ser una mera instalación escénica, esta edificación es en realidad un ingenioso dispositivo sociológico: un panóptico de la vanidad situado estratégicamente en la zona de General B. Desde sus balcones, la aristocracia del like y la nobleza de la pantalla observa, con benevolencia condescendiente, a las masas plebeyas que sudan y pagan por la ilusión de proximidad.

El Sacro Colegio Cardenalicio del Espectáculo

El protocolo es estricto y revelador. Para acceder a la santidad de la casita, los influencers, actores y conductores televisivos deben realizar la peregrinación y, una vez dentro, participar en el sacramento obligatorio: el beso de paz al sumo pontífice del reggaetón. Así, hemos sido testigos de cómo figuras como Bárbara de Regil bendicen a la multitud desde las alturas, o cómo Diego Boneta y Ana de la Reguera completan su transubstanciación de celebridades a acólitos de primer orden.

Las noches sucesivas han confirmado que la casita opera como un ascensor social de alta velocidad. La presencia de Karol Sevilla, Galilea Montijo o el cronista de lo mundano, Luisito Comunica —acompañado de su correspondiente consorte—, no es casual. Es un acto de afirmación pública: un check-in en el mapa del poder cultural contemporáneo. Aquí, el mérito artístico es irrelevante; la moneda de cambio es el reconocimiento facial instantáneo y la capacidad de generar contenido derivado.

Mientras, abajo, en la oscuridad del campo general, el pueblo llano canta a coro las letras que hablan de lucha y autenticidad, financiando con sus boletos el muy exclusivo balcón de los elegidos. Es una fábula perfecta: una casita para unos pocos, construida sobre los cimientos de millones de streams. Una alegoría, en definitiva, de nuestro tiempo, donde la igualdad es un estribillo que se corea, pero no un derecho que se practica desde el escenario VIP.

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