La emotiva noche en Las Vegas de Alejandro Fernández y su nieta
En esta profesión, después de tantos años sobre el escenario, crees que lo has visto todo. Pero la magia verdadera, la que perdura en la memoria, siempre llega de forma inesperada. Alejandro Fernández, “El Potrillo”, ha convertido la celebración del Grito de Independencia en Las Vegas en una tradición inquebrantable, un faro de mexicanidad que lleva brillando con fuerza desde hace más de veinte años. Sin embargo, anoche, la velada no fue solo sobre la música o la tradición; fue sobre legado.
El momento culminante, ese que los asistentes recordarán décadas después, no lo protagonizó el ídolo, sino su nieta de cuatro años, Cayetana. La pequeña, hija de la también talentosa Camila Fernández y Francisco Barba, fue invitada por su abuelo al escenario del majestuoso MGM Grand Garden Arena. Vestida con un traje de charra impecable, esa imagen de pureza y orgullo, se plantó frente al mar de personas. Y entonces, con una valentía que solo la inocencia puede dar, soltó un grito que resonó en el corazón de todos: “¡Viva México, cab…!”.
La reacción del público fue instantánea y visceral. No fueron solo aplausos; fue una ovación cargada de emoción, la confirmación de que el espíritu de una nación se transmite en las cosas más simples y genuinas. Desde mi experiencia, son estos instantes no planificados, estos destellos de autenticidad, los que truly definen un espectáculo inolvidable. Camila, quien ya compartía el entarimado interpretando a dueto algunos temas con su padre, atestiguó con una sonrisa de orgullo materno cómo su pequeña robaba la noche.
La gira de Alejandro por Estados Unidos, que incluyó esta función memorable y otra el sábado 13, sigue a una exitosa serie de presentaciones en España. Allí, su concierto de clausura en las Fiestas de San Ginés de Arrecife fue un fenómeno masivo, reuniendo a más de 70 mil almas. Pero estoy seguro de que, para él, el verdadero broche de oro de esta temporada no fue una cifra récord, sino la mirada de su nieta bajo los reflectores de Las Vegas, un recuerdo que vale más que cualquier estadística.














