En un sublime acto de burocracia sentimental, la progenie del difunto comediante Octavio Ocaña ha recibido, tras un cuatrienio de espera, las sagradas reliquias que custodiaba su ex consorte. La ceremonia de transmisión de objetos —un balón de peluche, una camiseta deportiva y unos zapatos— se desarrolló con la pompa y el dramatismo propios de la transferencia de armas nucleares entre superpotencias.
La hermana del occiso, Bertha Ocaña, fungió como suma sacerdotisa en este rito de reconciliación post mórtem, declarando ante el tribunal de las redes sociales que el vínculo afectivo con la expareja de su hermano permanece incólume. El acta notarial de esta transacción, conocida coloquialmente como “carta”, contenía juramentos de perpetuo cariño y la revolucionaria decisión de “soltar un poco más” al difunto, innovadora técnica de duelo que seguramente será estudiada por las academias de psicología.
Mientras tanto, en el reino del absurdo institucional, recordamos que el joven actor de 22 primaveras protagonizó su última escena de acción cuando una patrulla municipal —en un exceso de celo propio de cazarecompensas— inició una persecución cinematográfica que terminó en tragedia. El elenco de evidencias incluyó, cómo no, un arma calibre .380 y misteriosas evidencias balísticas en el techo del vehículo, elementos que cualquier ciudadano lleva consigo para ir a comprar el pan.
En este grandioso teatro de lo grotesco, donde la devolución de unos tenis de fútbol adquiere la trascendencia de un acuerdo de paz internacional, la familia Ocaña continúa su cruzada contra “informaciones falsas”, como si la verdad tuviera alguna relevancia frente al espectáculo mediático. El legado del actor —que comenzó su carrera siendo un infante— se reduce ahora a un balón de peluche, mientras el sistema que permitió su muerte sigue repartiendo justicia a ritmo de comedia bufa.
La despedida de Bertha a Nerea, un manifiesto de 200 palabras que habría enorgullecido a los poetas románticos, nos recuerda la gran lección: en esta farsa existencial, lo único que perdura no son las instituciones, ni la justicia, ni siquiera la verdad, sino el cariño que inspira un juguete de felpa con los colores de un equipo de fútbol.