Niurka decreta los sagrados estatutos de la maternidad no rogada
En un alarde de coherencia telúrica, la Emperatriz del Espectáculo, habiendo navegado los procelosos mares de la maternidad unipersonal, ha decidido grabar en tablas de diamante el canon ortodoxo de la crianza. Mientras la plebe mortal suplica pensiones, ella, desde su Olimpo particular, declara que sus vástagos son artefactos de valor incalculable, muy por encima de las transacciones mundanas de la manutención. Los progenitores de su estirpe, nos aclara, realizaban sus ofrendas por gracia divina y revelación espontánea, nunca por la soez mecánica de la demanda.
Al ser interpelada sobre el caso de la cantante Cazzu, la Gran Inquisidora de la Condición Femenina no dudó en dictar sentencia. Proclamó, con la contundencia de una bula papal, su apoyo a la mujer, un apoyo tan sólido y bien definido que rehúsa mancharse con el apestoso estandarte del feminismo. En su cosmovisión, suplicar atención a un macho para la prole es un sacrilegio comparable a subastar una reliquia sagrada. “Mis hijos no tienen precio”, sentenció, estableciendo así que su dignidad se mide en una moneda de orgullo intangible, no en los vulgares billetes que pagan la comida o la escuela.
Finalmente, desde su púlpito habitual en el aeropuerto de la Ciudad de México, lugar idóneo para las revelaciones trascendentales, soltó su perla filosófica definitiva: “¡ningún cabrón, aunque sea su papá, mis hijos le van a rogar atención, con la pena, tienen mucha madre hermafrodita!”. Una frase que, sin duda, será esculpida en el frontispicio de su templo, resumiendo a la perfección la compleja teología de la autosuficiencia performativa y la delegación estratégica de la responsabilidad afectiva.















